lunes, 19 de mayo de 2014

- LA LEY DE VIDA -



Cuando he llegado a mi casa agotado tras los cuidados de mi madre y he notado la soledad del lar, os confieso que se me ha caído la casa encima. No aguantaba. Necesitaba soltar y desconectar, y nada mejor para ello que acercarme a mi vecino Jardín Botánico hermoso y siempre oportuno.
Disgustado y preocupado, me he introducido en el emblemático lugar natural, y he decidido sentarme en uno de sus bancos. Sí. Hoy mi madre me ha dado una nueva pista que se llama disgusto, y ha meneado hasta oportunamente mi psiquismo casi confiado y cegatón.
Mi madre llevaba unas semanas demasiado nerviosa. Agitada, queriendo salir a la calle menos que nunca, cabreada con el mundo, y sus insultos provenientes de su predemencia se le hacían imparables y totalmente sin barreras. Mi madre afirma una y otra vez, que no quiere vivir. Y yo la digo que mientras yo la cuide, es para que viva y en las mejores condiciones posibles. Se opone y no me escucha.
Sus insultos hacia a mí delante de tod@s, me hicieron enfadar y pensar con mucha decepción. Y su psicomotricidad alterada, la convertía en un ser imparable y durísimo para ser cuidado. Todo le parece inadmisible. Todo está mal, y concibe su vejez como un puto castigo de los dioses traicioneros. Dice que no confía en nadie de ellos ya. En ninguno.
Me he decidido. Quien sabe de estos temas solo es el médico. De modo que le he llamado por teléfono informándole acerca de las últimas incidencias. El galeno he tenido a bien atenderme, y le ha aumentado todavía más la medicación.
Se ha calmado. Aunque su hablar no es el de siempre, y hay que esperar a ver por dónde saldrá. Yo, la miraba y la observaba, y por una parte notaba su relajo, pero por otro lado me sabían mal los efectos secundarios de la Quetiapina o el Deprax.
¿Yo?, ¿debía decidir yo el estado más adecuado de mi madre? No. No es justo. Mi madre siempre tendrá su estilo y su carácter; su personalidad propia y misma. He de tenerle un respeto mayor hacia su senectud y su fragilidad.
La verdad es que la ley de vida es exactamente que te haces viejo y te acabas muriendo haciendo sufrir a los demás. Eso de la ley de vida es una de las verdades realmente más desoladoras que existen. Y yo no tengo derecho a detener el tiempo. Porque la vida, decide. Y la vida hará con mi madre, y conmigo, y con todo quisque aquello que le venga en gana.
Se morirá. Por supuesto que mi madre se morirá. Cuando le toque, cerrará sus más que bellos ojos claros y toda su magia será un recuerdo en mi beso más puro y maravilloso. La quiero a mares.
Y a mí se me partirá el corazón. Y en ese momento deberé estar bien entrenado para el golpe. No estoy haciendo al parecer esos esos entrenos. Tiendo a pensar en ese juego que se llama eternidad y peligrosa linealidad ausente aparentemente de sorpresas.
Craso error. Las cosas de mi madre, empeorarán. Aún está maravillosa para lo que paulatinamente irá sucediendo. Y en el fondo esta reflexión es más que necesaria y abridora de realidades. He de moverme en el funambulismo de la sorpresa y del sobresalto. Nada nunca va a tener una fecha ni unos deseos. Todo lo que empezó irá declinando con la misma fuerza que el día deja paso a la noche y ésta a un nuevo amanecer.
Lo que pasa es que la ves ahí y te confías. Te lo crees todo. Y en el fondo te agradezco esos avisos que son tus achaques. Para que yo nunca pierda la concentración.
-BESAZOS-

0 comentarios:

Publicar un comentario