Imperial y demoledor ayer en su circuito catalán de Montmeló. Y, en todo su Campeonato de moto GP desde que empezó la temporada. Porque Marc Márquez lo ha ganado todo con una facilidad y precocidad de insulto. Ha nacido con un don y una magia especial para este deporte de las motos. Parece un elegido bien comparable al mito Rossi que se resiste a decaer.
Marc fue ayer un tornado. Una bala con ruedas que allá a la tercera vuelta ya no se podía con él e iba rascándole tiempo a todos los demás. Y en ese momento, me surgió un nombre en mi cabeza. El de Ángel Nieto.
Mis años adolescentes. En pleno franquismo, el zamorano motorista bajito de las cilindradas inferiores, arrasaba y ganaba campeonato tras campeonato hasta amasar trece. Y se convertía en un ídolo, en un fenómeno social, en un apellido que servía para decir y comentar lo que significaba el ir deprisa con moto o coche en las carreteras españolas precoces de los domingueros de primavera buscando el monte y el ocio.
Márquez es el Ángel Nieto de hoy. El rutilante niño genial. Sonriente, dulce, tierno, con su acento catalán y sus ojos de pillo. Se expresa siempre con su juguetona y carismática sonrisa, intentando darle lógica y sencillez a las animaladas que es capaz de hacer en los circuitos. Nos dice que lo difícil es posible, y que no pasa nada porque se haga.
Una de las claves en mi opinión del salero magistral de este joven y excelso deportista, es su idea del juego. Del divertimento como un valor esencial. Ayer lo soltó a las claras. Y confesó que cuando se va delante sin rivales en pugna, la cosa se le torna un tanto aburrida. Y los espectadores y admiradores, saben que nuevamente da en el clavo. Los recitales suelen ser pelín coñazos si no escuchas el sudor de los contrincantes y sus ruídos rivalizadores e inmediatos.
Jugar y hacer espectáculo. Eso es lo que le gusta hacer a súper Márquez. Lo que le gusta a Marc es jugársela en las curvas haciendo adelantamientos de pelos de punta y sangre fría. Mola adelantar y repasar a quien te adelanta, apurar las frenadas con riesgo, y saber que tienes a otros que están ahí para competir y compartir contigo. Un campeón como él necesita la sal del opositor. No quiere pasearse en exceso.
Marc es mediático y domina su Honda como pocos. Y desde su habilidad personal y su imaginación bulliciosa, es capaz de hacer levantar al personal de sus asientos y darle grandeza a su motociclismo. Verdad y emoción.
Valentino Rossi, lo sabía perfectamente. Conocía esa idea mediática de la grandeza, porque su mito ha quedado ahí. Y sabe que un Olimpo cuesta muchos euros, y que los olvidos son puñales en el prestigio. Por eso Rossi resucitó ayer de su sillón de pupas, y se fue para adelante desbancando de la persecución a Pedrosa y Lorenzo. Rossi sabe que el brillo de Marc fue el suyo y no quiso defraudar a nadie. Se aferró a su segunda posición y volvió a ser feliz. Sigue ahí y nos alegramos.
Los aficionados a las motos no tuvieron la menor queja con su Marc de las motos GP. No defraudó a nadie. Se hincharon a pasarlo bien y anduvieron tranquilos. La "marquezmanía" se dió ayer un exceso y un placer. Marc marcha como un vendaval que asusta y admira.
-ESPECIAL-
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