miércoles, 28 de mayo de 2014

- EL NIÑO -



Os confieso que me agradó la ternura. Porque, escarbando entre mi nostalgia seguramente inane, me recordé a mí mismo cuando era bien pequeño y todo me asombraba y era sorpresa.
Ayer vi subir por mi escalera a un niño de unos siete años o algo así. Hacía casi décadas que yo no veía a un nene subiendo mi escalera. Y se me ocurrió comparar ese mundo y esos movimientos infantes, con el de los jóvenes o mayorotes que poblamos la finca.
El niño subía con naturalidad y sin fingir toda la escalera. Como hacen los niños en su inocencia. Descubriendo cada escalón, cada ocurrencia, cada pregunta y cada curiosidad. La primera que le venía a su joven cabeza.
En cambio, nosotros los mayores ... Nosotros tendemos a sentirnos vulnerables en la espontaneidad y hasta en el trato. Me gusta ser mayor hasta cierto punto. Me aburren los perfectos y los sin dudas. Me molestan los que ya tienen varias respuestas y los que saben huír a través de su sonrisa profidén.
El niño subía por la escalera y era sincero. Los niños suelen ser sinceros porque no entienden demasiado lo del mentir. Y tienen su magia y su disneylandia particular. Algo que sin duda le falta a la escalera, me falta a mí, y nos falta a muchísimas pero que a muchísimas personas. Es un hoy sin apenas niños.
Pensé en mi niño interior que tiene 53 años. Sigue vivo en mí y ahí. Me ayuda a ser ocurrente casi sin darme cuenta, y a poner disidencia, color y matices, en donde otros se lo piensan más y se muestran previsibles y presentables.
Mi niño interior se la juega. Siempre está. Es uno de los motores de mi adultez y de mi característica particular. Mi niño es heterodoxo, valenciano, payaso, ruidoso y distinto. Es ambicioso y extremadamente sensible, cantarín, con valores, le gusta pelarse alguna clase que otra, y ser muy independiente como rebeldía y aspiración de futuro.
El futuro de mi barriada está en los niños. En su apreciación y en su atención. Cuando les voy viendo nacer de entre el amor de las jóvenes parejas que retoman mis fincas casi olvidadas a la especulación, me viene la idea de la raíz y de la pertenencia a mi sitio. De mi cuna.
Pienso que a mi barriada le sobrarían discursos impecables y gente de pasta. En mi sueño infantil. Porque a veces los mayores también soñamos quedamente; niñamente. Y me gustaría que mi lar no fuese tan frío, funcional o ciudad dormitorio.
Me gustaría haber tenido hijos, y haber podido conocer a mis sobrinos, y haber podido pasear con ellos por el parque, y haberlos levantado en vilo con una sola de mis manos para hacerles reír.
Mi respuesta de niño real es ahora una impresión y una foto más que rigurosa. No hubo demasiados niños en mi vida. Pero yo tengo uno en mi interior. Y cada día es un niño que nace, y cada mes es otro encanto más, y cada año un boli y un nuevo plumier, y cada más años unos zapatos que aprietan demasiado y que has de buscar unas tallas más grandes para evitar aprietos y molestias.
De veras que fue bello el cantarín discurso del niño de mi escalera, y recordé a mi tía Maruja o a mi primita María Amparo.
-BESOS PARA TODOS-

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