Carisma. Rincón de otras cosas. Televisión e imágenes de chicas con sus curvas al sol. Paseo. Paseo marítimo de estirar los músculos de las piernas y los de la singüeso. Charlar. Hablar con los amig@s cuando se pasea bien cerca del mar. Tocando el mar.
Valencia y el resto de España lluvioso y desapacible. Verano y primaveras eternas. Luz. Socorrismo. Rita Barberá y su elocuencia. El Cabanyal y sus problemas. Escaparate de turismo y de divisas.
Bikini de quinceañera y zapatillas olvidadas. Asueto, y todo el sol del mundo. Está prohibido llover aquí. Si llueve alguna vez entre la inquietante y pertinaz sequía, es que pasa algo inesperado.
En la playa de La Malvarrosa hay alegría y sueños. Y a los pies les encanta pringarse con su arena, y a los niños hacer flanes compactos con pozal a la orilla de su infancia, y a los mayores una hamaca y una brisa. Nostalgia y mi adolescencia lesa.
Malvas de color rosa, imperio de los restaurantes cañís de la paella imperial que ceba e imana los tiempos de la gastronomía. Arroces todos. Paella, fideuà, esgarraet, bocadillos de calamares, cocacolas de bote, sillas, mesas, papeo, pareos, heterodoxia y hasta superorden.
Amor entre las toallas, poder en los músculos de gimnasio y en las tetas de las chicas que seducen la mirada de los moscones reprimidos. La Malvarrosa es tiempo de libertad y de chiste, de familia tradicional, y de éxotica aventura que se dispersa camino de la otra playa geográficamente hermanada que es La Patacona en la vecina Alboraya. La continuación y la Ermita dels Peixets.
Playa y más playa. Chapuzón y tirabuzón, fémina exhuberante que se exhibe al imperio del visionado de la belleza, baño de mar, y de sol, y de partida de tenis con los pies mojados, y de paseos de piernas frescas deambulando y disfrutando en el límite entre la arena y el agua. Por entre las conchas blancas y traicioneras.
Sal y bautizo de mar, barrigón de viejo cervecero, bellezón de Alemania que epata con su minúsculo tanga de hilo, más libertad de hedonismo y piel, tumbona y periódicos, revistas y helados, y nadar hasta perderse una toalla en los dominios de un hábil descuidero. Riesgo en el goce del mar. Aventura valenciana con sabor a ganas de repetir y volver. No te diré nada pero lo sabrás todo.
Clima privilegiado que encumbra a La Malvarrosa. Masa y algarabía que gustan y hasta apasionan. Imán de amor. Polo de idas y venidas, cucurucho y corte, vainilla, fresa y chocolate, tus labios y los míos, tu mirada amable y relajada, tus facciones seguras y llenas de planes que tú solo sabes. El tiempo da igual que exista.
A La Malvarrosa iba Sorolla y pintaba fotos en vez de cuadros a través de sus sensibles y pacientes ojos eléctricos. Y podía promocionar a través de su arte universal la luz y la existencia de un lugar de evasión y de arte, de música, de coros y de cantos, de marinería, de bandas de música, de cultura en la calle, y de recuperación del abierto ágora olvidado.
Los Poblados Marítimos. La Valencia que besa a la mar tras rebasar la necesaria Avenida del Puerto y el Reloj junto a su entrada.
Balcón a un tiempo en donde la realidad casi se detiene, y los minutos segundean, y las horas se pueden volver eternamente glosadas e inolvidables.
Y coronando el casticismo del Marítimo y de los seguidores del Levante y del Valencia, esa Malvarrosa acogedora y especial te llama desde un grito enigmático que te suena a caracola de magia y a tebeos que nunca te dije. A proyectos blindados de intimidad anónima, y a unas explosivas e inaplazables ganas de correr a vivir.
-SPLASH DE SIRENA-
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