miércoles, 21 de diciembre de 2022

- LAS MANOS DE ANA. -



Ana es práctica, dulce y vividora. Sana, actual, escéptica y experimentada. De fácil trato y con un genio muy particular. Disimula mucho y se hace la torpe o la desordenada, pero nunca pierde de vista dónde está la vida y su jugo.

Se casó una vez, y ya no lo hará más. Y parece dejarse de hombres, y volcarse de pleno en su trabajo de fisioterapeuta en un ambulatorio público.

Porque Ana cree en lo público, en lo de todos, en la necesidad de repartir juego social, pero no se siente una esclava de los cuidados. Y no es que no le guste su trabajo, sino que el senderismo es una pasión que le permite ver paisajes incomparables, y ejercitar su cuerpo menudo y ágil a un tiempo.

Ana puede ser agradable si te ve sincero, pero también es muy independiente. Y le gusta mandar y llevar los asuntos, pero no quiere demostrarlo y hace como que delega en sus compañeras y compañeros auxiliares.

Hasta que llega, Víctor. Que no parecería un paciente más. Llevan veinticinco sesiones juntos. Víctor se hizo un profundo corte y se afectó algunos tendones de la mano. Y tras ser intervenido, dicha mano deforme y dolorida necesita de la ayuda de un profesional.

Víctor, está contento con la fisio Ana. Pero Ana nunca parece admitir que ella está más contenta que Víctor.

La mujer es juvenil, casi sin edad, coqueta sin querer serlo, y Víctor podría ser su sobrino. El hombre mide un metro y ochenta y tres centímetros, y aparece muy abierto y dulce.

Y en ese tiempo de atención al chico, Ana decide soñar mientras se afana en aplicarle su sabiduría. No son cosas necesariamente compatibles.

Ana, resuelta, imagina que no hay nadie ya en el gimnasio de fisioterapia. Y toma la mano del chicarrón Víctor, y hace como que le evita mirarle a los ojos, y anhela que solo una luz tenue les una en intimidad.

Hay un momento, casi mil instantes, en los que las manos de Ana toman las de Víctor. En el acercamiento previo antes del contacto, Ana imagina un fuego y una copa, una flor y un libertinaje; cuatro manos empatizadas en una bella estampa prolongada ...

Ana nunca abandona la practicidad. Hay más gente esperando, la cual no logra romper el hechizo. Y la fisio toma con decisión la dañada mano de Víctor y acomete las zonas más dolorosas. El hombre no puede sino estremecerse de dolor. Y en ese mismo momento, los ojos tímidos y vivarachos de Ana le miran con fijeza y con una disimulada satisfacción:

-"Te duele mucho, ¿eh? ...

- "Sí ..."

Y entonces Ana baja aún más el tono de su voz, deja que el joven tome oxígeno, y a continuación guía sus dedos de las manos por zonas menos arriesgadas. Cosa que Víctor agradece. Son momentos en los que Ana sonríe, pero no le mira. Y a veces le toma la mano en estática, y le informa de que eso también es un ejercicio aunque pueda parecer un mero detenerse.

Quedan aún diez sesiones. Ana sabe que Víctor partirá. Quizá el médico le dé algunas sesiones más. O, no. Dependerá de cómo el doctor vea la evolución de su mano lesa.

Ana ha disfrutado con la mano de Víctor. Pero, no se obsesiona. El mundo de su trabajo está lleno de gente maja que se hace daño mientras levanta una botella de gas, quedan sus dedos atrapados al cerrar precipitadamente la puerta de su auto, o simplemente un accidente más que desafortunado genera peligro real para unos tendones manuales que van a requerir de sana atención profesional.

Ana, casi no prueba el alcohol. Pero cuando lo hace, parece bajarse de nuevo el telón de la intimidad, con velas y magia. Y, sin público. Y sin pudor. Y con verdad; con toda la verdad en sus manos. Y aparece alguien que se parece más que mucho a Víctor, una llamarada, dos copas de vino, y una madrugada interminable. Y en medio del placer de la vida, suena el puñetero despertador. Toca levantarse y madrugar.

-A ANA LE ESPERA SU TRABAJO-
 

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