Niño. Aniñado. Obediente. Con carita de bueno. Inocente y atrevido. Inofensivo y pelotón. Borjamari y lametón. Vanidoso. Precoz, entrañable, niño de teta, public relations y pintas de falangista con arribaespaña. Nene en el sanedrín de la FAES, servicial, pícaro y extremadamente esotérico.
Mediático por sus porfías y sudores, reina en la boda, petit en el bautizo, vivo en el entierro, mortadelo de Franco y José Antonio, presente idealista y okupa que cabe en todos los líos de la intriga y de la aventura.
Nicolás. ¡Oh, Nicolás! L´enfant imposible. El que se mueve en cualquier trocito de protagonismo y acción. Modosito y hasta media melé de un equipo de rugby si se tercia, matón de chivatos, inexistente madurez, tradición vírica y eternamente infante que se pierde entre el Lazarillo de Tormes o la Pícara Molinera. La Bruja Lola y Blancanieves.
Richelieu, Pedrín, justiciero, diplomático, efectivo, fachorrón, aprendiz consumado de chorizo, mago, Harry Potter, truhán, cabronzuelo, botarate, intruso a bordo al que no hay que tirar al agua. Déjale a Nicolás, que se ponga ahí si quiere, es lanzado, se le deja, puede servir, viva su chuleterío, y filón de políticos de pandereta.
Nicolás el breve. Nicolás omnímodo, deífico, deseable, rompebarreras, crítico y con ideas de alemán cuadrado, esperable y exquisito, no tiene porqué mejorar, da bien en pantalla porque no se sabe ni importa quién es, y toda la España podrida le cubre inoportunamente su eterna ambición de protagonismo.
Nicolás. Ese que estás pensando. Te gustaría colarte en la boda, y en el bautizo, y en la separación, y en el sí a todo, y daría una mano por entevistarle como a Teresa la chica del ébola. Nicolás, Nicolás, petit Nicolás, mon chèrie, mi resultado cósmico de la pernada camuflada entre los estertores de la manta España.
Nicolás no se colaría en las instancias de Buckingham. Nicolás sería el amor de todos los cortesanos british, y el jefe de cocina, y la inercia posible de la fantasía, y el niño malo y expulsable de la clase democrática, y el nene de las JONS, y toda la chanza de los trabajadores que se sientan cansados y parlanchines al lado de sus cervezas de la precena y el partido.
Nicolás de España. Le roi en casa de Caperucita Roja y hasta del dulce Lobo Feroz. Nicolás en Halloween, plantador de calabazas, amigo de nadie y amor de todos, espíritu malicioso y efectivo capaz de hacer creer que una gaviota no vuela o que un elefante patina.
Existe Nicolás. No sé si piensa la pequeña cosa. El niño repelente y bobo del exorcista que muta como Jeckill a excitador de indiferentes taxistas. Gusta del bate dialéctico y del pastel de manzana hecho por el poderoso más inesperadamente conocido. Increíble.
Nicolás es el chiste, la pena de todos, la puta broma, el niño que nunca quisiéramos para nuestras hijas, el hijoputa potencial, la indefinición, la escritura automática, el confetti y los globos, y los huevos, y los cojones de un novillo, y la sordera social de la necesidad.
Nicolás. Nicolás está exactamente ahí en donde le parece, en donde los aspirantes a gobernantes, y para respetar el orden irrrespetuoso, y para la ofimática y la ingeniería de la pasta y de la importancia, y para darle dos sopapos democráticos y llevarlo otra vez al colegio de la democracia que está a años luz de su caverna madre.
Nicolás. Le petit Nicolás. Veinte años le petit. Le jeune. Capaz de todo hasta que le han pillado, soplamocos y tonto de Coria, peligroso y malcriado, agrio y disconforme, babyliberal, caído en desgracia como un ángel impecablemente elegido. Nicolás de correcional y Corte Inglés, de elegancia y mierda, de contradicción y meridiana claridad. Enfermo de petit.
-MALADIE-
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