domingo, 12 de octubre de 2014

- LAYNA -



Yo soy una mujer veterana, de nombre Azucena, que ya no espero mucho de la vida. Y más ahora que se ve el fresco y el otoño, y parece que todo se pone feo y adverso.
Hace dos años que se me fue mi marido, y yo pensé que todo lo que oliera a felicidad se disipaba en el viento como hicieron las cenizas en el día de su adiós. Mi único hijo y mi nuera, trataban de consolarme inútilmente. ¿Seguir?, ¿para qué? ...
Un día me dio la vena y me subí a casa a una perrita blanca y hermosamente modosita que se llamaba Layna. No se llamaba Layna, no. Siempre se llama y se llamará Layna. Aunque la maravillosa traidora haga dos meses que se murió. Se me murió de vieja porque ya era muy mayor cuando me la subí al piso. Y Layna me ayudó a sonreír, a salir a la calle, y a comunicarla mis sentimientos ante la ausencia de una familia que parece afirmar con su conducta que yo no soy o no estoy en el mundo. Allá ell@s ...
Layna y yo tuvimos maravillosas conversaciones. La perrita blanca sabía escucharme y comprenderme, y dormía en la cama conmigo, y acompañaba a mis pies cuando me sentaba en el sofá del salón para ver esas birrias que echan en la tele pero que entretienen.
Lo cuento porque hay muchas personas que me entienden. La maldita soledad puede ser insoportable sin mascota. Sin algo. Y Layna cumplía perfectamente ese papel de confidente. Y yo la quería como al cielo, e hicimos juntos el duelo de mi difunto Arturo, y reconocimos de nuevo la barriada fijándonos en detalles y cosas que antes pasaban desapercibidas. Asombrosamente indiferentes.
Nunca esperas nada. Ni que se fuera mi Arturo, ni que Layna fuese el centro de gratitud de mi vida. Porque el tiempo de hoy rompe las familias y las aleja, y las atomiza, y las vuelve una rutina de la nada. Como las hojas malditas y poéticas del otoño fatal e inevitable. Y se me hace un mundo todo. Y sobre todo, cuando ya no puedo ver a Layna. ¿Dónde demonios está Layna? ...
Son porqués duros, que te hacen pensar demasiado. Layna sabe que la quiero allá en donde esté. Layna es mi ausencia, mi evocación, mi nostalgia, mi reconciliarme con las cosas, y hasta mi libro cerrado y mi cara agria y con todas las arrugas.
Mi hijo Víctor se ha empeñado en anunciarme que me va a traer otra perrita blanca, pero él ya sabe que mi respuesta es no. Porque no hay nadie que puede substituír a nadie, porque como Layna no habrá nada, y porque todo serán parches y hasta puertas en el campo de las viejas como yo. ¡Oh, Layna! ...
Ahora todo es más oscuro y solitario, no me apetece nada, ni salir a la calle, y nunca me ha gustado el fresco ni tener demasiados amigos. A veces, viene alguna amiga, pero no se acuerdan apenas que no sea para darme la brasa a través de meras charlas interminables a través del teléfono. ¡Hipócritas! Luego, cuando haces por quedar, siempre tienen una excusa para evitar el contacto real. Y además a mí tampoco me hace demasiada gracia el verlas. He de decir la misma verdad que le decía a Layna. Toda.
¡Vaya! Llaman al timbre. Es, mi hijo Víctor. Y mi nuera María. Y no me gusta lo que oigo. Son, ¡ladridos! Vamos a tener una buena bronca. Mi hijo parece que no respeta mi voluntad. ¿No le he dicho mil veces que todo terminó con Layna?, ¿alguien sabe por qué nunca me hace caso este caprichoso? ...
¿LA CONVENCERÁ SU HIJO?

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