Dejando a un lado ese pleistoceno nuestro futbolista que nos llevaría a Ricardo Zamora o a Ramallets, los porteros mitos más recientes de nuestro fútbol han sido Iríbar y Arconada. Después ya todo fue Iker Casillas y su segundo de a bordo Víctor Valdés. Nadie más.
Un chiquillo de Madrid, sencillo, de barrio obrero y muy normal. Precoz y frío. Muy tranquilo, bajito para guardameta, y con unos reflejos absolutamente increíbles. "San" Casillas, le bautizaron. Los locutores lanzaban una y otra vez el gran grito cuando parecía el gol hecho.
Como en tantos partidos de su Real Madrid, en la Champions o en la Liga, y en geniales actuaciones con la Roja. Que le pregunten al holandés Robben en la gran final de Sudáfrica y de Iniesta. Muchísimos partidos, los ganaba Iker. Decisivamente contribuyendo a los enormes éxitos.
Hasta que en la/su literatura del fútbol, apareció el terrible entrenador portugués Mourinho. De forma torticera, aprovechó una lesión del mejor entonces portero del mundo y por encima del italiano Buffon, y tras colocar a un juvenil en la portería, decidió no ponerlo más.
El terremoto se gestó súbito con la anuencia del gran patrón y Presidente Pérez. Los dos y su silencio, comenzaron a inquietar su vida deportiva.
Sí. El silencio de Casillas fue una decepción descomunal. Se recuperó bien pronto, siguió haciendo paradas extraordinarias, pero nunca dijo nada ni levantó en público la voz reivindicando su sitio en el fútbol.
Se dejó ir como embobado o buscando una vendetta extraña desde su no expresividad ni reivindicación. Ficharon a Diego López y pasaron de él. Y Casillas siguió mudo, entrenando y profesional. No fue ni a Pinto ni a Valdemoro, y debió desilusionarse. Ya no era el gran portero y mito del Madrid, y parecía darle igual ...
Los mourinhistas comenzaron a cuestionarle cada vez que cometía un error, y el presidente pasaba de todo. Y Casillas, en vez de dar un puñetazo en la mesa y largarse de ahí, continuó quedo y sin hacer ruído. No supo ser líder ni capitán, y su sonrisa dio paso a cosas de poco ánimo y de algún desinterés. Como si el fútbol le hubiese decepcionado, comenzaron a pitarle. ¿Inaudito? ...
Ahora, y con su defensor Del Bosque, ya comete los errores que antes nunca penaba. Hasta el punto, que don Vicente se ha visto obligado y ahora deportivamente, a dejarle en el barco de los suplentes. Su figura está eclipsada, y el intocable parece haber perdido de repente todo su brillo y carisma. Ha de estar pasándolo mal.
El tiempo y la edad también emergen. El novio de España y del fútbol parece un juguete triste y avejentado. Está lento y falto de concentración. Tira de las rentas de una clase excepcional, y los juicios sosegados en el fútbol se hacen a ritmo de deuda de oxígeno. La máquina de este negocio devora a casi todos sus hijos. Y no digamos si no aciertas en su momento a defenderte adecuadamente. Entonces puede ser una autodestrucción.
Su beso a Sara Carbonero en la gran final del Mundial africano, parece hoy una lágrima inane y silenciosa. Se le ve raro, incómodo, tedioso, rutinario y hasta lentorrón. Y levantar éso, me temo que ya no se puede porque el fútbol es cruel y te iza al olimpo o te tira a la basura. Poco término medio.
Son las reglas del juego de la gran pasión futbolística. Si el fútbol es un estado de ánimo, se explica ahora la figura de perdedor que lleva puesta en el traje el gran Iker. Porque ha sido grande, enorme, colosal, mítico, inolvidable, fantástico, y un cíclope campeón. ¡Todo!
-AUNQUE NO LO PAREZCA-
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