martes, 30 de septiembre de 2014

- CINE= "LA ISLA MÍNIMA". -



Se te queda mal cuerpo y excelentes sensaciones. Es una película española bien hecha y con adecuado presupuesto. Se te pasa el tiempo rápido y no te da codazos el tedio.
Más que el argumento, destaco el reflejo del contexto y la idea de la sospecha que el director, Alberto Rodríguez, lanza y propone una y otra vez.
Todo está bajo escepticismo y dudas. Hacia, y en la intriga. Son los años setenta en España, y la democracia todavía ha de arrancar con firmeza. Y no digamos en el mundo rural.
En las  marismas sevillanas, hay esoterismos y enigmas peligrosamente atávicos. La libertad es un deseo más que una convicción. Y el poder es paralelo al que marcan las buenas leyes.
La miseria y la desesperación nunca van a ser colmadas por la acción de dos policías,-castigados y enviados a ese lugar terrible y profundo-, para resolver un tremendo caso de asesinatos de adolescentes. Esa desesperación tiene otras vertientes que el director de la película fija bien. Adecuada y oportunamente.
Porque ese "Puerto Hurraco" no solo es el de los diarios oportunistas y de la casquería, sino que hay otras Españas profundas enclavadas en el corazón del mismo inconsciente colectivo. Es una atmósfera especial y dura, violenta y contundente, temerosa y fatal.
Lo mejor de este film son las miradas y los gestos. Las intensidades humanas. La pescadora loca y vidente que lanza sus ojos hacia uno de los policías y le predice cosas terribles y aparentemente irracionales. Y entonces, el policía se la queda mirando entre una mezcla de sorpresa y de autoridad. Que es una de las claves. La falta de definición de la autóritas en un lugar sin demasiada ley.
Andalucía y sus jornaleros, el subdesarrollo, la falta de escolarización, los caciques, lo agrícola y los trabajadores, las convulsiones, y la apertura firme del contrapoder de la libertad. Nada está estático ni bien apuntalado. La diferencia entre el bien y el mal se va a sostener entre pinzas y entre quasi indiferencias. Allí manda el miedo.
Y para adentrarse en los terrenos enormes de las marismas del miedo, hay quizás que tener más temor que los temerosos. Es una inercia imparable. O actúas o actúan sobre tí. No se respeta a nadie que baje la guardia. Solo, hay impulso y necesidad. Rivalidades irreconciliables y evidentes.
Al final y como conclusión, los icebergs. El caso se resuelve aparentemente atrapando a los elementos más previsibles y emergentes que son meros síntomas de una realidad más profunda.
El asesino no es más que alguien a sueldo del poder caciquil y de la corrupción estructural y de la pernada, la cual va a tener mil ramificaciones siempre inesperadas.
Porque uno de los dos policías, ha sido un tremendo torturador en la época franquista. Es un ahogo y una realidad. Unas patillas y un buen reflejo profundo lleno de tics del pasado que entran de plano en el presente del espectador. Porque ahora mismito, España también anda y sobradamente en mordidas y sobresaltos. ¿Han cambiado tanto las cosas? ...
Excelentes interpretaciones de los actores y actrices. Sus movimientos y su violencia son tan creíbles como perturbadoras. Te impacta la impotencia de la no verdad y la proliferación de las sonrisas impostadas. No gana la risa franca de una feria, sino el asumir los caminos y apañarse entre lluvias y trampas maliciosas. Sin concesiones ni excesivas amabilidades. Para adultos y reflexivos. Para pensar en lo bella que sería la auténtica libertad.
-SIEMPRE POR CONQUISTAR-

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