Entre aquella maraña de mujeres esperables, nunca imaginé que la madre naturaleza hubiese tenido el capricho de una distinta creación. Porque aquella dama que estaba sentada en la silla de una terraza de verano esperando el relajante viento procedente del mar, desafiaba los tiempos y hasta las expectativas.
Porte sereno, tranquilísima, escote generoso y piernas kilométricas. Mirando directa al horizonte, aceptadora, idealizada y siempre empero real. Grande y bella, cabello largo para su edad, y unas gafas negras oscilantes y coquetas que dejaban ventana a una faz en extremo femenina y calma.
Solo los mistéricos saben el por qué me acerqué a élla y la abordé. Fue la prisa quizás por descubrir a un ser especial y aparentemente inalcanzable. La osadía por la aventura que te dicen que casi siempre es imposible.
A medida que me aproximaba a su vera, me recibía una bocanada de aceptación que se traducía en una sonrisa franca. Una invitación a aparcar la timidez y a desecharla en un contenedor de pudores y hasta miramientos.
- "Buenas tardes, ¿me permite que me siente a su lado?" ...
- "¡Oh, claro, claro! Si te apetece, hazlo" ...
- "Sí, amable señora. Me apetece. Sí." ...
- "Pero no me hables de usted. ¡Nunca de usted!" ...
De tú. Me di cuenta de que ella comprendía mucho a los varones. Se sentía complacida en su belleza, sabedora del poder de su sensualidad y femineidad, y encima del trono de la madurez experienciada.
- "Me llamo Marta, ¿y tú?" ...
Marta era un amor. Siempre, un amor. Al cuarto de hora charlábamos con tal fluidez que parecía que nos conociésemos de muchos años.
Porque todo era muy fácil con Marta y su catarata de sonrisas amplias y apasionadas. Su expresividad era potente, y sus aletas de la nariz se abrían en atractivo acompañando a una nariz prominente que la daba personalidad y poderío de mujer. Distinción. Nivel alto.
- "¿Sabes, Marta? Tienes mucho atractivo y..."
- "Lo que sé es que parece que te he gustado. Y además te lo estás pasando bien. Se te nota..."
- "¿Y tú, Marta?..."
- "Ja,ja,ja,ja..."
Me dio su teléfono. Era empresaria y directiva de una gran multinacional. Estaba quedando claro desde el primer minuto que nuestra verdadera relación solo sería pasional. De piel cómplice y en la discreción. Y casi de repente se tapó Marta con sus gafas de sol sus grandes ojos, y quedamos para el momento en que los dos deseáramos.
La mandé cuatro mensajes consecutivos e inmediatos y tuve risas cómplices en las cuatro ocasiones. Y una semana más tarde, ella me llamó a mí. Quedamos en el sitio más discreto que a Marta le dio la gana decidir. Ordenó a sus guardaespaldas que la controlaran a mucha distancia. A la máxima permitida. Y entonces me mostró su mundo tras cruzar nuevamente y como nunca sus larguísimas piernas. Me dijo que era un placer el volverme a ver, y yo casi me quedé casi mudo del bienestar. Porque su sonrisa abierta era un sí, y calma, y acogedora, y con un constante misterio. Como una excitante protección.
Sus bellos ojos me consintieron el todo, me llevó a su mansión de la playa, y me confió sus contradicciones y sus deseos más íntimos. Me abrió su personalidad y me besó con fuego y con pasión. Me entregó su hecho de mujer con el calor deseado, y yo pude comprobar que la explosiva y sibarita belleza de Marta y de lujo, era especial. Porque Marta era oro al alcance de la mano y un montón de mujer sofisticado y único.
-A TUS PIES, MARTA-
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