Esta vez fue mi balcón. Una tarde sola contra mí. Sobre mí. Y sobre mi libertad puesta a prueba. Una tarde de yo conmigo mismo.
Y me acordé, claro que sí, de los momentos gratos. De las aficiones que me procuran satisfacción y que por supuesto tienen que ver con mi futuro y con mi libertad.
Sí. Me asomé al balcón. Donde están siempre mis plantas. Las plantas que me ayudan permanentemente a verme en el espejo de mí mismo. Y ya es que tocaba aproximarme a ese reto bello de cuidarlas y de experimentar las sensaciones. Me apetecía hoy en especial.
Tarde desnuda. Apenas gente por las calles. Y entonces agarro mi botella llena de agua y observo dichas plantas. Tienen muchas cosas que decirme a través de mí.
Hace días que llueve y que hay un ambiente de cambio hacia la humedad y lo otoñal. Mis plantas han pasado el damocles del gran y espantoso calor valenciano. Mi antigua persiana las ha protegido del impacto de los rayos directos.
Ahora va cambiando el ciclo. Van recibiendo de nuevo la luz del día sobre sus ramas y hojas. Están más expuestas al tiempo cíclico e irremediable. En contacto con todo.
He aprendido bastante y paulatinamente de su crecer y estar. Por eso esta vez ha sido grato acariciarlas suavemente por encima con mi ternura de las gotas que las lanzo sobre ellas y sobre su tierra. Es suavidad. Quietud y delicadeza. Y es mi relajación y mi paz. Mi yoga y mi verdad. Mi tranquilizante y mi concentración.
Porque era muy bello ver ese acento y esa naturalidad con que regaba hoy a mis plantas. Mi pulso quieto, acertado, perspicaz, intuitivo sobre la botella con el agua, mis ganas de favorecer y ayudar a esas plantas que siempre me acompañan y me orientan a su modo.
Ni una sola gota de agua derramada a la calle, perdida desde mi balcón. Toda la paciencia y la aceptación con los transeúntes que pasaban por debajo de mí. Todo el respeto y la consideración. Todas las ganas de no perturbarles con mi agua restante el sendero de sus vidas libres. Mi respeto y su respeto.
Gotas de agua cayendo sobre el verde de las hojas. Limpiando las zonas de difícil acceso, las menos probables, quizás las más estimadas e imprevisibles. Y yo ahí, arriba, en el balcón, agachado ligera y sanamente, dirigiendo el agua hacia las plantas mías.
Acertado, descubriendo los efectos del verano sobre ellas, dándome cuenta de dónde no debí podar y dónde sí, aprendiendo de los tiempos y de las complejidades, y simplemente acompañando a esas plantas que tanto representan para mí. Sé mucho más de ellas.
Relajado, abiertos mis canales del yo, sincero, auténtico, con firmeza y orgullo, disfrutando con convencimiento de algo que me gusta, sintiéndome realmente bien y hasta reconciliado, recuperando momentos que ya parecían olvidados o de evocación, reinvindicando mi personalidad y mi estar, dándome dignidad a mí mismo, y sorprendiendo a los nuev@s de la barriada con esa faceta tranquila que siempre ha de estar ahí.
Al terminar, siento alegría sin que nadie me dé una buena nueva o una sorpresa especial. No tengo ansiedad y solo paz. Esa paz que mis plantas siempre saben proporcionarme.
-TODA NECESARIA-
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