lunes, 15 de septiembre de 2014

- LA ESCANDALERA -



La pelea cotidiana. El bregar. Las dificultades y el reto de afrontar el cada día conmigo mismo y con los cuidados hacia mi madre.
¡Ah, la mamita! Su insuficiencia respiratoria dificulta y condiciona su calidad de vida mientras su familia la ignora por completo y jamás se digna a visitarla. La abandonan a ella y a su recuerdo. Como siempre hicieron, por cierto. En este sentido, no hay novedades. Es, lo que de habitual hicieron con ella.
El aire. El oxígeno. La falta de ese oxígeno la produce a mi madre una potenciación de su tristeza y de su agresividad. De su carácter inconformista. Porque ella no tolera la mascarilla de ventilación nocturna, y eso hace que las mañanas sean todo un gran reto para mí. Lo afronto con decisión, pero a veces me acompaña el temor a no poder. A no estar a la altura de las exigencias.
A mi madre, la palabra mascarilla le suena a rayos. Y eso que la necesita un mínimo de siete horas. Pero, no hay nada que hacer. Ella se niega una y otra vez a que se le ponga el aparato. La mascarilla y mi madre, son antitéticas. Solo con nombrar la palabra mascarilla, mi progenitora se pone convulsa y desbaratada. ¡Ni hablar de éso! ...
Al no ventilar sus pulmones como deberían, se levanta hecha una calamidad. Su demencia se resiente al no llegarle apenas el oxígeno al cerebro. Y desde el sillón que suple a una cama que apenas tolera, me lanza unos constantes murmullos que significan que debo levantarla y llevarla al baño. ¡A la orden, señora! ...
Medio ahogada, me dice como una letanía que no puede, que se cae, que quiere morirse, que le duele la cabeza, que se marea, y se reinvindica desde buena mañana por su afán de mando. A pesar de todas las vulnerabilidades, su mensaje sigue en lo más alto: "aquí mando yo" ...
Empieza la pelea. Su respiración es agitada. No puede pensar pero sí mandar. Yo, no cuido muertos ni tolero que me gane. No debo dejarla a su suerte. Si lo hago, sufriría todavía más.
Mi madre se enfada porque está cansada y porque no se siente bien. Y yo la disculpo y la comprendo. Pero hay un momento en el que ya he de ponerme soldado de su salud.
Tras desayunar, se niega a salir a la calle. Mientras, todo le parece mal. Nada está bien. Y solo cede aparentemente cuando comprende que la suerte está echada y que ya no va a poder salirse con la suya. Pero no se dará nunca fácilmente por vencida. Éso, jamás ...
Me grita, y me dice de todas las perrerías. Trata de amilanarme delante de los vecinos, viandantes, o de quien haga falta. Pero yo intento no caer en sus trampas siempre defensivas. Quiere sacarme de quicio para así no cuidarse y salirse con la suya su autodestrucción. Es vendetta contra su sino. No sabe ni le da la gana envejecer. Lo considera una total injusticia.
Me mira y controla. Todo lo controla. Me insulta. Me busca los puntos débiles. Y la lucha cotidiana es encarnizada pero necesaria. Quiero que pase los últimos años de su vida con una mínima dignidad y tratando de compensar con todas mis fuerzas el abandono de una familia funesta y terrible. Sencillamente, despreciable. Por mucho que me duela. Es lo que hay ...
La una y cuarto de la tarde. Las dos. Mi madre ya es una balsa de aceite. El transcurrir de la mañana sin dormirse le ha hecho recuperar el oxígeno en deuda al no ventilar de noche. Y además, un oportuno medicamento se ha hecho con su violencia y ya la permite pensar. Todo se encauza.
A pesar de las mañanas que me da, cuando a eso de las cinco de la tarde parto para mi casa, veo en sus ojos agradecimiento que a veces me suena a cinismo porque estoy cansado.
-MI MADRE ES ASÍ Y SE ACEPTA-

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