Acudí al río Turia. A su lecho seco. Una reunión para hacer nuevas amistades. Un martes, como podía haber sido otro día de la semana. Buena gente. Tuvieron conmigo la mejor de las acogidas. Cordialidad. Lo que yo necesitaba.
Una marcha de unas dos horas, era la excusa. Caminar juntos. Charlar y soltar las piernas. Una tierna y necesaria aventura. Mi aventura.
Ya conocía a algunas de estas personas. El roce, hace el cariño y la aceptación. El reto es el futuro. Era y es el futuro. Y allí que marché más que como un muchacho ilusionado una hora antes y desde mi casa. Tenía unas ganas especiales de volverles a ver.
Comenzamos a caminar. Comencé a caminar. Con timidez y a la vez con más soltura que otras veces. Y una de mis nuevas amigas, charlaba y charlaba. Yo, escuchaba. La dejaba hablar y hablar sin interrumpirla, hasta que en un momento dado me reivindiqué y metí baza. Un poco atropelladamente, pero metí baza. Era muy importante marcar la presencia. Era cuestión de derecho y de personalidad. Y ella me miró y me dejó hablar. De hecho, siempre se había dado cuenta de que yo estaba allí. Pero en el fondo, ella era tímida y con un pronto apocado.
Las dos horas por el río seco, fueron libertad y aprendizaje para mí. Me lo pasé bien, me sentí fuerte con mi cuerpo ejercitado, y viví el deporte sin la manía competitiva de otros tiempos. Aquello solo era un paseo, otro acento, otra mirada, una cosa sin importancia y a la vez social y vital, y el ejercicio práctico de saber vivir y socializarse. Algo ciertamente esencial a pesar de lo aparentemente menor.
Socializarse y conocer gente nueva era futuro. Es futuro. Cuando la marcha terminó, comprobé que no estaba cansado en absoluto ni me molestaban las rodillas. Y pregunté a una de las chicas si me llevaba a casa, tal y como lo había hecho la semana anterior.
Quizás ella esperaba ya la pregunta. Con excusa o sin ella me dijo que lo sentía, pero que esta vez había estacionado su coche demasiado lejos de allí y que de nuevo lo sentía mucho pero que no podía llevarme de vuelta a casa.
Acaté con sonrisa la contrariedad. Ya era noche cerrada, me quedaba más de media hora de marcha para llegar a casa, y en la mayor parte de los tramos de la ruta la falta de luz era total.
Me despedí y marché a casa a todo meter. Y la contrariedad me dió paso a una gran alegría. Yo había debido de pensar en que esta persona habría de llevarme cómodamente de regreso. ¡Mierda! ...
No había podido pensar. Debí llevarme una ropa más adecuada y consecuente. Mi ropa y estrategia independiente. Podía ser clave para apuntalar la amistad. Las amistades.
Mi indepencia tendría que facilitar las cosas. Sí. Solo me faltaba haber tomado una ropa con bolsillos y haber introducido en uno de ellos el billete del viaje del autobús urbano. De este modo, no me hubiese jugado tanto el pellejo caminando sobre tierra sin luz, ni me hubiera fatigado tanto. Y los demás hubieran valorado mi capacidad de resolución y mis recursos lógicos.
La alegría estaba conmigo. No me volvería a pasar. El próximo día iré más preparado. Adecuadamente preparado. Y ellas y ellos podrán valorar mi rectificación. Y seguirá el futuro, y seguiré creciendo, y podré dejar atrás mi disneylandia infante y crecer como yo deseo. Me sentiré mejor y más alto, más veterano y normal, más hecho, con más personalidad y la cabeza alta, y atrás habrán quedado los tiempos en los que no me fui capaz de cuidarme. Ni de pensar.
Habré podido vivir. Voy pudiendo volar en dirección al reto de la vida y asumiendo todas las consecuencias. Voy siendo yo. Me siento con una alegría interior que no dan en ninguna casa de globos o de caramelos. Y ya puedo quererme más a mí mismo. Y el aprender del cada día es una aventura realmente excitante y apasionante. Soy consciente. He superado muchas trabas e impedimentos, y ahora mis sueños tienen una progresiva luz y realidad. Como una marcha amical, libre y feliz.
-MI VIDA COMO LA DE TOD@S-
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