Ya sabéis. Se fue. Su corazón y la vida. Los achaques de la edad. María Antonia Iglesias. Periodista incisiva y potente, veterana, referencia a seguir.
Bajita y enorme, de izquierdas y católica, siempre sin concesiones y hablando clarito. Con valentía y convicción. Su pasión periodística por esa cosa tan maravillosa y a la vez denostada como es la política. El periodismo político. Su verbo como un torrente, y su respeto a los hacedores políticos. El respeto, lo primero.
Y la democracia y su eterna aspiración. La libertad y los valores. Su inteligencia nata e innata. Su talento y su coherencia. Se ha perdido María Antonia un tiempo ahora apasionante. Un volcán ardiendo como en el pulso de dos colosos gladiadores. Está en juego y seguramente ahora, uno de los episodios más apasionantes del juego político. La zozobra del devenir. Y va la puta guadaña y la sienta en el banquillo final.
Gallega, y conocedora de todos los intríngulis de la política y del poder. Nos hemos quedado sin sus entrevistas que orientaban vivamente la realidad. Me gustaría haberla visto hurgando acerca de la corrupción actual, y del fenómeno "Podemos", y de Rajoy nuevamente, y de lo de Gaza, y del guapo muchacho Sánchez de animoso y nuevo Psoe, de Susana Díaz, de Montoro, de la economía, de la factura de la luz, y/o de mil millones de cuestiones más.
A María Antonia le divertía tanto su profesión que se apasionaba la salud hasta los límites. Toda su sangre viva se desataba con vitalidad camino de la reflexión y de la libertad. Ha dignificado el periodismo y lo ha sacado de frikies, impostores e intrusos facilotes. María Antonia fue rigor y nunca perdió de vista la necesidad de la credibilidad y pensando en que había gente honesta que la vería y la escucharía.
María Antonia ha sido toda una vida de periodismo punzante de raza y de vocación. Siempre recuerdo cuando tras sus sonados combates dialécticos y de pesos pesados, tras el fragor de las grandes argumentaciones y de las grandes batallas, había siempre una sonrisa y una complicidad final. El rayo del fuego también tenía guión. Solo podía llamarse vehemencia. Y cuando el moderador mandaba el silbido final, entonces no debería salirse nunca nadie del tiesto. Respeto y manos tendidas. Jamás rencor.
María Antonia fue muy suya, de dejarla estar, y muy de darse cuenta de que ser mujer era mucho más importante de lo que pensaba el machismo. Ser mujer podía ser mil cosas más apasionantes que los cavernícolas corsés. Por eso se apasionaba en los debates y en los discursos, porque notaba y olía su espacio femenino y de posibilidades. De demostrar al mundo que la fiabilidad de la mujer y en periodismo, nada debería hacer envidiar a don varón eterno.
María Antonia es de esas personas que no solo te duele que se vayan, sino que deja la sensación de una ausencia mayor. La de saberse que nos quedamos con muchas cosas que ella piensa y nunca más sabremos. Que se lleva a su Cielo católico los enigmas esotéricos de su tremenda y belicosa excelencia profesional. Una persona que aportaba, que distribuía, que daba ideas, que defendía aquello que de veras pensaba, y que a nadie podía dejarse aburrido o indiferente. Por eso el periodismo español está de luto. Porque esta señora era muy grande. Y para que las promesas se hagan realidad, siempre hay que esperar al tiempo.
-CON ELLA ESTABA TODO AHÍ EN LA MESA-
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