domingo, 10 de agosto de 2014

- HABLAMOS -



Hablamos y fue magia. Empezó algo nuevo para mí. Vertiginoso, inquietante y realmente bello. Asombroso para mí. Nunca pude pensar en el amor y en los sentimientos hermosos. En cambio, ahora sí. Ahora estaba siendo posible algo que me desconcertaba y me encendía en mí las posibilidades de un adulto que ama y ...
Y todo era cierto. Todo. Absolutamente cierto. Como un cuento de hadas realizado, a la par que sereno y hasta muy extraño. Y me dejé llevar por un tiempo nuevo. Porque no podía llamarse de otra manera. Y ...
Y hablamos más y te conocí mejor, y tenemos unos fuertes carácteres y una acusada personalidad. Y me confundía contigo a la par que te admiraba, y al principio me dabas temor, y a continuación la alegría más grande que le ha pasado a toda mi vida.
Tan alegre todo, que volvía el brillo, y se iba la nube, y empezaba hasta a ser entrañable la tormenta, y había una hora esperada. Y no solo la hora de verte y de comunicarnos. Sino la hora de descubrir apasionado y asombrado que a tí también te gustaba acercarte a mi vera. Y ...
Y comenzamos a confiar el uno en la otra. Y nos lo dimos todo. E intercambiamos los teléfonos, los mails, y todas las formas entrañables y posibles que daban los medios para estar siempre cerca.
Y llego el día. Sí. El día de dejar atrás el ordenador y la gaita, y de que el aire y el viento desnudara todas nuestras realidades. Era lo más deseado por mí. Lo más halagador y hasta supersónico. Ya no había distancias. Lo que había eran citas y fechas en el calendario, y el producto final de mirarnos a los ojos y fuese lo que tuviese que ser.
El tren. Nuestro amigo el tren. Ese medio podía acercarte a mí. Y me puse tan nervioso que no daba pie con bola. No podía ser posible que una mujer maravillosa viniese expresamente a conocerme. Era tan halagador y top, que la palabra quedaba coja ante las emociones que yo sentía. Y ...
Y no podía más. Y no podía reconocerte cuando estabas alegre y serena ahí sentada junto a una farola en la puerta de la estación. ¿Tú? Esa chica que me sonreía como una vikinga especial, ¿era a mí a quien se dirigía? ...
Miré en todas las direcciones. Norte, sur, oeste, este, suroeste, sureste, y sin saber casi a dónde. Pensé emocionado y desnudo que habría alguien detrás de mí. Y que te llamarías seguro Inga Svansson, y que serías de otro lugar, y que por detrás llegaría Olaf Larsson y un metro noventa de estatura, y que en definitiva aquello no podría estar pasando, y ...
Y me equivocaba. Y cogí el teléfono móvil para asegurarme de que no metía la pata y fue uno de los momentos más emocionantes de toda mi vida. Porque eras tú, con tu personalidad, con tu forma de ser, con tu abrazo que me sonaba a reina maga o a regalo navideño y de sorpresa, y ya no sabía muy bien qué podría hacer para ser el mejor anfitrión de toda tu vida y para que pasases un día feliz en extremo. Y ...
Y fue inolvidable. Y me dijiste que te lo habías pasado bomba, y a mí me costaba creer tu satisfacción, y cuando el tren se despedía pensé que quizás nunca más volvería a verte, y lloré para mí en silencio, y tú me dijiste que siempre estarías, y estuvimos más y mejor. Y todo esto sucedió, y no lo soñé, y no me lo contaron, y me llena de orgullo, y siempre será hermoso, y ...
-Y, TODO-

2 comentarios:

José Vicente, un encanto leerte amigo y te felicito por tu blog.
Un saludo cariñoso.
Emilia.

Un halago, Emilia, el leer tus palabras, y mil gracias porque mi blog modesto sea de tu agrado. Gracias, amiga.
Saludos de José Vicente!

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