Entre una aceptación de misterio, aparecen al fondo unos ojos expectantes. Y un hablar expresivo y andaluz. Son los ojos de una mujer eterna que seda, escucha, y siente que las puertas del bienestar han de abrirse de entre sus aletas de nariz sensual.
Al sur de un enigma aparentemente inalcanzado, se abren las puertas de una complicidad y de una gratitud. Al sur de la luz, de las velas, de la intimidad, de tu señorío potente de mujer, paulatinamente la charla se serena y avanza.
Y de tus ojos almendrados sale el agua madura de la fruta fresca que se pega y acoge. Y entonces todo es mar, y mirada al horizonte, y complacencias, y hasta audacias educadas y formadas. Y tú sabes que estás en ese mismo magma de volcán natural que tú moldeas y formas con tu presencia de mujer.
Cuando llega el ombligo, y la seducción, y la aceptación, y las palabras que siempre han de ser, y la noche dice que sí, entonces todo se dilata y se propone. Porque la noche es mucho más que nosotros dos y el azar.
La distancia es nuestro reparo. Nada es controlado. Porque vivimos unos resquicios que dejan pasar un aire de atractivo. Y entonces todo va entrando, y saliendo, y fundamentalmente haciéndose cálido y potente.
Amistad en el fondo de unos parajes que son posibles y que forman parte del placer. Sí. Cuando nadie nos ve, cuando pocos pueden imaginar que nos brota lo que nos pasa, entonces viene el amable secuestro del repliegue gozoso que nos congrega y atrae.
Así es el sur de tí. De tu vientre, de tus recovecos cautelosos y femeninos, de mi audacia y de tus dejares. Porque me dejas, me dices que puede que sí y que voy bien, y que comprendes muchas cosas que el viento propone.
Me gusta tu sur y nuestra claridad. La de los pies en el suelo. Sin cartón ni excusas, con tu acento meridional apenas perceptible si no se te concentra bien. Y en ese momento aparece el sendero de la aventura en vida, y casi puedo decirte que estás ahí.
No pienses demasiado. No digas todo lo que toca. Deja el aire fluír, y que suceda la tormenta y la calma, y que canten los pájaros salvajes cerca de tu descuidada y cómoda ropa del verano empujón y hasta descarado.
Sí, mujer. Tú. De entre tu eternidad vital cedes a amor, y entonces me ayuda ver lo que me dices, y las cosas que nunca sospechamos que nos acabaremos diciendo, y todo lo que hayan de adivinar los distraídos cartomantes.
Solo es el sur y la noche. Y el avance de la fuerza sugestiva que lleva tus manos al habla, y tu afecto en lo más profundo de tu generosidad. Y entonces las puertas se abren y yo ya las veo. Y hay vegetación y exclusividad, y aventurero que explora tu cintura en una danza arábiga y más que unificada.
Y hay fuego en la habitación amorosa de un hotel. Y en ese culmen de los sibaritas, estamos tú y yo. Y todo lo demás sirve a sermón de cura desfasado, o a recetas de abuelas cebolletas, o a música de otro tiempo.
Solo habrán manos al sur de tí. Y experiencias, y ciencias, y calzas, y picardías, y timideces, y arrojos, y la llama siempre viva de tu tiempo ciertamente apasionado.
-COMO TÚ-
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