jueves, 28 de agosto de 2014

- SE FUE EL GRAN ARTISTA "PERET" -



La rumba catalana. La alegría. La sonrisa del gitano Peret con su guitarra, bamboleando en enérgico giro. El guapo e innovador músico que salía por entre las nubes plúmbeas de ese franquismo previsible y hasta extraño. En la tele de blanco y negro comenzaba a sonar y a desmarcarse una cosa nueva. ¡Había ritmo! ...
Ritmo en le época de Franco, sueños de libertad, y la tremenda fuerza impulsora de los sentidos en la música. Queríamos y teníamos que divertirnos, el cielo podía ser otra vez azul, y las estampas brillantes y renovadas. Como los nuevos e infantiles cromos de los futbolistas.
Bendita convicción y hasta insolencia. Más ritmo. Canciones y más canciones con poca letra y con la idea de mover los pies, y las manos, y la dictadura del estatismo, y el racismo evidente, y unas nuevas guitarras con patillas, y unas nuevas formas posibles y musicales.
El gitano bello que encandilaba a España. El rey de la rumba catalana y de Mataró. Pere Calaf. Se podía ser gitano y catalán, y atractivo, y picarón, y sacar todo el embrujo pillo desde su ritmo fresco y potente. Se empezaba a aceptar el exotismo tranformándolo en apuesta libre de alegría. Aire necesario.
Porque Peret mandaba. Miraba, te miraba, sonreía, nos sonreía, a su estilo te seducía y te daba el estacazo oportuno para llevarte a su terreno lleno de magia. El gran "Peret" era cita obligada cuando estabas triste, o cuando querías desembarazarte de tus problemas cotidianos, y entonces podías pensar y aceptar su picardía, su arte, y su tremenda vitalidad. Cuando la guitarra de Peret hacía el giro habilidoso, entonces el maestro ponía la mano y todo lo demás se movía. ¡A mandar! ...
Eso era Peret. Un líder. El orgullo con poder encima de un escenario para poner el maravilloso desorden ordenado de sus heterodoxias rumberas. Por eso Peret tocó la cumbre de este país en los años sesenta o setenta. Muchísimos años. Porque tenía un duende inesperado y excitante que hacía que las nubes diesen paso a una exultante tarde de sol.
Fue número 1 en popularidad y en discos vendidos. "Una lágrima", "Borriquito", "El gitano Antón", "Canta y sé feliz", y póngale todas las canciones pegadizas que quiera. Pero al fondo, con su sonrisa entre sorprendida y felizmente esperada, estaba Pere Calaf. Allí. En el momento más oportuno. Diciendo cosas de sus gitanos y con una ternura y apostura que nos hechizaban. Su mirada con puntería. Sus cosas.
Después, nos llegan noticias de sus líos con sectas evangelistas, o que no quería cantar, o historias de sombras y de vicisitudes como que le habían estafado según afirmaba, y asuntos así. La otra cara de los éxitos. La vida igualmente.
Pero ese personaje no era el gran Peret. El verdadero y magno artista estaba en la naturalidad de su saber hacer música y de desdramatizar con la convicción los semblantes apenados. E incitarnos a movernos, a bailar, a no quedarnos ahí, a hacer algo por la patria, a mover el trasero, a menearnos, a decir lo bellas que son las mujeres, a dignificar la música y la innovación, a cazar la sorpresa y el instante inopinado y feliz.
Ese sí, Peret. Ese es el Peret grande que nos deja, y en medio de todas las alegrías y nostalgias. Peret me hizo reír, y sonreír, y soñar, y salir del plato, y dar un salto, y atreverme a ser otro en una discoteca, y tremendamente a respetar su estilo y calidad. Un gran veterano que nos deja.
-PERO SIEMPRE ESTÁ SU MÚSICA-

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