A Robs le gastaron una broma con muy poca gracia. Procedente del planeta Zzeta, sus compañeros de investigación interplanetaria le dejaron tirado en nuestra Tierra. Todo era una excusa. Porque los suyos decidieron abandonarle en el desierto de Arizona y le indicaron que no volverían jamás a por él. Que, se apañara. Habían recibido órdenes de arriba para que las cosas fueran así. Lo de la misión había sido un ardid. Estaba castigado para siempre. Su castigo consistiría en no poder volver jamás a su Zzeta natal.
Robs no podía entender absolutamente nada. Gritaba lleno de desesperación, y lanzaba imprecaciones, y se acordaba de todos los diablos traidores. No podía ser posible que le dejaran abandonado a su suerte en un planeta extraño y que desconocía por completo que no fuera a través de fotos o documentales. Y además, en Zzeta estaba Rya, su amor eterno. Toda la alegría de su vida giraba en torno a élla.
Al principio, Robs se quedó sin moverse y llorando durante días. Casi sin comer ni beber. Miraba al cielo como un autómata esperando el gran milagro. Pero en el firmamento solo se podían divisar aviones terrestres y ni rastro de su nave XX-2J28. Y ahora, ¿qué hacer? ...
Cuando el hambre comenzó a acecharle, Robs buscó víveres en animales y en plantas, pero decidió que todavía no establecería contacto con humano alguno. Iba a reflexionar acerca de su pasado. Necesitaba buscar una explicación a todo aquello ...
El castigo. Su pasado. Sí. Robs admitió sus errores cometidos antes de hacerse militar y astronauta en Zzeta. Su gran error. Porque mientras una tarde descansaba junto a su amor Rya de su corazón, unos facinerosos habían entrado en su lar y comenzado a robarle. Robs, militar y atleta de élite, les hizo frente. Y a uno de los ladrones, le golpeó fuerte y defensivamente. Pero, desgraciadamente, le alcanzó desde tal golpe defensivo un órgano vital. La muerte.
El ladrón muerto era hijo del Gobernador de su ciudad. Y sus abogados hicieron bien y ventajosamente las cosas. El juez y el alcalde no tuvieron nunca piedad ni comprensión. Le metieron en una prisión unos cuantos años. Y al terminar la pena de cárcel, el alcalde le tenía preparadas más sorpresas. Jamás, le iba a perdonar a Robs. Cuando se enteró de la actividad actual de nuestro ser, le preparó la emboscada de ahora: -"Cuando lleguéis a la Tierra, ¡dejadlo ahí!" ...
El destierro de Robs era producto de un error. De una orden implacable y definitiva. Su cabeza se debatía entre dos ideas. Entre la de seguir, o la de terminar de una vez. Nunca nadie vendría a rescatarle y a devolverle junto a los suyos.
Robs tomó contacto con los humanos. No hay diferencias físicas, y la tecnología en Zzeta es muy superior a la terrestre. Puede pasar sin problemas de documentos como un humano más. Sabe cambiar los datos y actualizar en todos los ordenadores una normalidad que siempre será falsa e impostada. De modo que no puede comunicarse de verdad con los terrestres. Nunca podrían creerle o entenderle. Es así.
Robs ya está en Arizona. Es un americano más. Pertenece a un grupo de ayuda a los más necesitados. Es laborioso y siempre soldado ayudador. Quien sea de buen corazón, puede contar con él.
Y cada vez decide pensar menos en Zzeta, en los suyos, en Rya, en su cuna, y en sus orígenes y raíces. El destino ha decidido esta sentencia. Quizás algún día pueda ser feliz aquí con nosotros. Lo va a intentar con todas sus fuerzas.
-ROBS ASUME POR COMPLETO SU ADVERSIDAD-
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