Apasionante, duro y necesario. Mi crecer tiene estas tres características. El contacto conmigo mismo me lleva a la sorpresa agradable de la realidad cotidiana. Mi cada día, me reconcilia conmigo mismo y me transporta hacia una emoción nueva y necesaria.
Autorregirme. Mi espacio propio. Lo que solo es mío y nunca pertenece a nadie más que a mí. Mi patrimonio personal y mi construcción del yo y de una personalidad fuerte y loable. Mi secreto íntimo que solo sabré yo.
Y en ese vasto camino que es la vida del presente, me encuentro con sinsabores, incomprensiones, y también con mucho placer. Camino firme entre tantos panoramas que se entrelazan y hasta me deslumbran y fatigan. Pero jamás me detengo. Al revés. Sigo marchando en dirección al futuro desde un necesario coraje. Sigue siendo totalmente bello el ir descubriendo paso a paso y a destiempo unos momentos y unas experiencias que antaño no pude vivenciar. No es lástima sino realidad.
Redescubrir el mundo que me rodea y resituarlo en una dimensión más correcta y oportuna, es un ejercicio que requiere músculo de paciencia y de bien fuerte convicción.
Mi camisa, mis zapatillas, mis nuevos logros, mi nueva comunión conmigo mismo, la sonrisa de ella, la sorpresa de aquellos, las nuevas situaciones, lo esporádico de alguna decepción, las conclusiones claras, y los temores.
Mis manos y mi confianza, mi sonrisa trabajada y recompensada, mi afán permanente en mejorar, la tecnología que nunca me enseñaron, y el sol que no pude vislumbrar entre tanta nube. El ver cómo todo lo lógico de la vida se impone a la idealización y a la dependencia, y cómo mis pasos me llevan a un mundo que me pasó desapercibido en décadas pero que ahora recupero progresiva y paulatinamente camino de mí. El despertar desde una casi, nada.
Mis muebles, mis decisiones, mis aventuras, mis aciertos, la señora Eloísa que es costurera y que me hace la orilla de mis nuevos pantalones, la administración siempre preocupante del dinero, la celebración de las fiestas, y hasta el llorar mucho por adentro.
Y el reír al sol, y el admirar la belleza y la personalidad de las mujeres, y el acordarme de mi teléfono y de los míos, y el buzón que hay abajo en el zaguán y que solo ha de ser para mis cartas y para mi responsabilidad, y la preocupación por el estado de senectud de mi madre vida, y el que se me rompa el jersey que compré oportuna e inocentemente en aquel mercadillo, y los enseres que ya no sirven y que he de desechar y tirar, y mis cenas renovadas y elaboradas desde mi autonomía, y mi plena satisfacción de comprobar el dolor de mis huesos cuando sigo e impepinablmente creciendo.
Mi aceptación de las reglas del juego, la risa que me entra cuando escucho a un tipo que representa a las compañías eléctricas decir que ellos hacen mucho por los ciudadanos, y lo que me cuesta seguir avanzando, y mis recuperaciones progresivas desde un descanso lleno de un sueño reparador.
Y un día, y otro de Febrero, y los que vendrán de Marzo o Julio, y la tozudez positiva y auténtica de todo lo que me pasa y pasará, mi nostalgia hacia un tiempo muerto que se fue y que casi despedí sin darme cuenta y sin liturgias, y mi miopía que se consigue sin ir a una óptica, y mi lógica personal que se doma y constituye, y mi aceptación de la normalidad y de las reglas del juego, y mi desdramatización de las cosas duras y menos duras que han de estar y estarán.
Solo existe el paso franco, y el esfuerzo inaplazable, y la organización nueva de mis elecciones y de mi nuevo mundo. Y la satisfacción de mi mejora cotidiana.
-MI MEJORA DE MÍ-
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