sábado, 8 de febrero de 2014

- PÓNGASE EN PIE LA IMPUTADA -



¡ La Infanta ! La hija del Rey. Sus todavía presuntos delitos monetarios. Cristina de Borbón delante del juez Castro. Histórico. La Monarquía a disposición del Poder Judicial. Todos son iguales ante la Ley. El gran morbazo está servido.
Y como cien mil moscas buscando el suculento panal de miel de audiencias, acude todo el imperio mediático. Cientos de personas de los medios están apostadas al lado del Juzgado. Todo parece insólito e inaudito. Todo es nuevo y realidad. Algún Poder puede tambalearse. Y eso es más que una espectación social. La gente no puede más. Está excitada. Está pasando algo suculento. Protestas, enorme cordón policial, gritos, libertades, disparidades y toda la vida.
No habrán cámaras que recojan el gran momento. Solo habrán micrófonos, y sonidos los justos e imprescindibles. Pero todo ya está liado. En España ya no puede hablarse de otra cosa. El juez Castro ha llamado a la hija del Rey para que declare en calidad de imputada. Aparentemente no es nada especial. Solo una persona que acude a un acto al que le obliga la Ley de Leyes. La Carta Magna. La Constitución. Pero todo es demasiado novedoso y primerizo, que sorprende.
Y parece mentira lo que se nos dice como verdad. Y entonces va y alguien de la Monarquía también es humana y puede cometer idénticas faltas que alguien del vulgo, de la plebe o de la calle. Se puede ser de la familia Real y además presunto ladrón. El mal parece que puede darse en la mejor de las familias. Aquí no se libra nadie. Y caen todos los mitos y se abre una nueva veda y un nuevo horizonte. Todos podemos ser ídolos de barro, dioses, reyes y diablos. Carne vulnerable con mucho dinero y con mucha tradición. Pero aunque seas un superintocable, puede llamarte un juez a capítulo y ajarte todo el atávico e histórico prestigio. Son los tiempos nuevos. Es, la realidad. Jode y es.
Y esa realidad de la responsabilidad pasa como una máquina que puede hacer añicos todos o casi todos los blindajes o parapetos. Las imágenes quedan rotas e inservibles. Todo se vuelve azaroso y posible. Hay un salto cuantitativo. Un dedo te llama y te desprestigia. Un dedo verdadero emerge de entre las personas que no tienen sangre azul. Y esa máquina que nace del pueblo, transgrede y subvierte las aparentes reglas del juego. Como un sueño inopinado.
Humillaciones o juras de Santa Gadea. Todo ha quedado atrás en el prejuicio. Se ha levantado el telón. Y los antimonárquicos y republicanos esperan su histórico momento para decirle de todo menos bonito a la mediática hija de Su Majestad el Rey: Cristina de Borbón.
Es una revolución en sábado. Hay más morbo y atracción que en una gran boda de luxe. Todo el mundo permanece con los auriculares puestos a ver qué es lo que pasa en la radio y en la televisión.
Los cimientos que se mueven siempre atraen e intrigan. Gustan. Sí. Gusta todo lo nuevo, todo lo aparentemente imposible, toda la sorpresa, toda la verdad sexy que puede dar paso al desnudo integral. La más que erótica del Poder. El supermorbo está ahí.
El juez Castro va a hacer su trabajo. Pasará a la Historia. Se pondrá a la altura de la Infanta y le hará todas las preguntas que necesite hacerle a la señora. Quiere conocer de viva voz real si es o no culpable de unas investigaciones que le llevan a pensar que sí. Será un combate histórico. Y las lides e hitos históricos están cargados de fuerza y de imán. De inevitable magnestismo. Polos y carismas.
Y Cristina de Borbón levantará su cabeza y le hablará al juez Castro. Dirá que las acusaciones no son verdad y que ella es totalmente inocente. Todo será posible. Todo siempre es posible. No hay tantas sorpresas en Disneylandia. Cualquier cosa es posible. Y hasta cualquier cosa que decida el Juez si no le convencen los argumentos también será posible.
-DE AHÍ LA MASIVA ESPECTACIÓN-

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