lunes, 24 de febrero de 2014

- NIÑOS OLVIDADOS -



Solo están. Porque algunos así lo afirman. Pero parece que no cuentan. No conocen ni conocerán jamás a sus padres. Les han dejado solos y sin protección. Olvidados, inexistentes, imposibles y excluídos.
Y los niños hacen lo posible por imaginarse historias y vidas paralelas y de otros, desde las cuales proyectan su pobreza en amor.
Los niños que no parecen existir, empiezan pronto a caminar por desesperados senderos de supervivencia. No tienen patrones, ni escuelas, ni referencias, ni refinamientos. Solo está su día a día y su no perecer, su impulso infante y genético que les dice que solo la inercia es su sino. Y allá están jugando siempre a ser mayores. A soldados, a esclavos, a reyes y a poderosos. Porque son pegados, abusados, desoídos, maltratados y malnutridos. Violados, ignorados, vejados, abandonados, insultados, menospreciados y nunca entendidos. Jamás aceptados.
No figuran en el mapa, ni en el DNI, ni en los creceres respectivos, ni en la más mínima de las dignas consideraciones. Y su falta de peso físico y sus dudas, son aprovechadas por algunos adultos sin escrúpulos para su satisfacción.
Llega el odio, la incomprensión, el estupor, la venganza, y los deseos de no estar en este mundo nuestro tan cruel. Y deciden ser mayores en su imaginación y antes de tiempo. Porque es mejor crecer a toda velocidad, organizarse para defenderse, juntarse con otros niños para hacerse fuerza y plantearse su no devenir.
Los niños y las niñas olvidad@s casi no lloran. Pero todas las lágrimas son interiores y no pueden ser expulsadas desde su puro e inocente corazón. Y heridos y resueltos buscan hacerse soldados, y atletas, y audaces, y precoces, y saltarse todas las reglas y crear unas nuevas, y abrazar el sicariato y la delincuencia juvenil, y muchas veces caer en el cariño del alcohol y de las drogas que sedan y matan pero que distraen.
Los niños olvidados no tienen Papá Nöel ni Reyes Magos, ni regalos, ni ternura, ni oportunidades, ni estudios, ni tutores, ni médicos, ni nada. Y en cuanto pueden buscan en los demás. Y sienten curiosidad por cuanto les rodea y que les dé placer y seguridad. Y se meten en líos, y en palizas, y en sectas, y se suicidan, y se lamentan, y odian haciendo en ese terrible sentimiento el punto crucial y el faro de sus vidas cambiadas.
Hay niños olvidados en todos los países y en todas las latitudes. Y todos se afanan en agarrarse a clavos ardiendo. Y corren como un atleta consagrado y velocista hacia la adolescencia y la juventud, y nunca tendrán amigos auténticos, ni una bicicleta, ni una radio, ni un ordenador, ni una televisión, o ni una alimentación sana y equilibrada.
Y decidirán que pensar es un traicionero esfuerzo. Pensar les ralentiza y detiene, y entonces su principal enemigo que es su odio interior, sale  y resuelve. Y son carne de orfanato y de correccional, y se hacen toxicómanos, y el alcohol convierte sus hígados en los de unos ancianos borrachines de taberna clásica.
En los niños que no aparecen y que pasan totalmente desapercibidos, destaca su mirada. Impresionan sus ojos. Es una mirada ajada de esperanza y que aguarda lo peor. Es el mundo, es el no futuro y toda entera nuestra indiferencia.
Como en una maldición inimaginada, los niños pueden desaparecer y sus órganos hurtados hacia operaciones comerciales carentes de escrúpulos. La idea de niño convencional, cariñoso, emergente, premio feliz de las parejas y de la bienvenida al bautismo de la vida, tiene la puerta clausurada y atorada.
Quienes hablan de los niños olvidados son gente sensible que quizás lo fue también en algún momento de su vida. El niño olvidado es un síntoma fatal de los tiempos, de la ausencia de precisión y agudeza de los sentires. Son hijos no deseados y a destiempo que nacen y corretean al lado de las bombas y de los machetes, del silencio y de la falta de besos. Y de la negación de los abrazos, de los cuentos que nunca nadie les contarán y de los arrullos cercanos.
-SON UNA REFERENCIA MOLESTA-

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