domingo, 27 de diciembre de 2020

- 8H 20 MINUTOS. -



Hace tiempo que no veo a mi hermano. Será mi habitual despiste, unido a que la mascarilla no me deja ver bien. He dicho que es mi hermano, porque lo es. Pero de bien pequeños, nuestros caminos se alejaron y se alejan para no converger jamás.

Nunca hubo nada bueno entre nosotros. Lo único que nos asemeja, es un cierto aire o parecido físico. Todo lo demás es negativo e inexistente. Fatal.

Decía antes que no veo a mi hermano, a pesar de que vive cerca de mi barrio natal y en donde residió él y he vivido yo toda mi vida.

Su mejor cercanía es la lejanía. En todo el tiempo en que convivimos, raro era que en un mes no acercara su frente contra la mía, como hacen esos futbolistas cuando se cabrean y desean domeñar e intimidar a su rival.

Conozco los silencios y hasta las desapariciones de mi hermano. Fueron demasiados años conviviendo. Es un juguete roto. Y en mí, siempre ve su posesión. Emocionalmente es un cero, y aparentemente es un trabajador impecable y veterano.

Sí. Los silencios de la navidad suelen ser tremendamente explosivos para todas las personas. Si no ves contacto, cercanía o efusividad, puede haber algo o mucho más, aparte del formalismo o la hipocresía. O, nada. Este último caso es el de mi hermano.

Mi hermano es su profunda y no aceptada por él, patología. Y es duro decirlo, porque es el único hermano que tengo. Disculpadme si al escribir la palabra hermano, me sobrevenga una risita. Es venial y eso.

Es mi hermano. No me ha mandado ni un solo watsap en todas estas fiestas ni lo va a hacer. Porque su silencio hacia mí no es otra cosa que estrategia de control. Y si él mueve primero el árbol y se hace visible, supondrá para sí mismo una insoportable humillación. Nuestro mejor contacto, es el no contacto. Mi mejor contacto hacia él,-y desgraciadamente-, ha de ser el silencio y la distancia.

Me sabía mal estos días, y hasta he llegado a pensar si le habría pasado algo. Es bueno y aconsejable no mirarle el watsap, porque así le irás dando datos. Quiere el control de mi vida. Saber cuándo le miro el texto vacío del watsap, y a qué hora no. Su control silencioso rebasa muchas lógicas pensantes, y la mejor forma de saber por dónde va conmigo es haberle conocido durante muchísimos años, en los que quiso el destino que tuviese que convivir con él. Hasta que un día yo rompí la cuerda de la hipocresía.

¿Por qué mi hermano hace esas cosas?, ¿por qué no me traga?, ¿por qué desea controlar todos y cada uno de mis movimientos?, ¿por qué es tan cabronazo? ...

Je,je,je ... Perdonad. Cada vez que escribo lo de hermano, me vienen mil sentimientos, y al final decido reírme a pesar del dolor y casi a mandíbula batiente.

Mi hermano no se acerca a mí porque tiene miedo de verse reflejado en mi espejo. En un espejo común y a la vez diversificado. Yo, represento su verdad y su rabia, su dominio y sus errores, su incomprensión y su desconocimiento absoluto acerca de la conducta de mi vida y el encontrarse con la suya errática, cronificada y abracadabrante. Yo soy la verdad que le jode.

Como le jode el mundo, dado que no puede confiar en los demás. No existe, en su pensar, persona que pueda ayudarle de verdad para que su vida mejore y sea otra. Y su frustración se personifica en mí. Y necesitaría y si pudiera, volverme a tener a su disposición para de esta manera hacerme la vida imposible y humillante. Añorará seguro sus exhibiciones de fuerza.

Yo, no le guardo rencor. Lo que hago es vigilar sus estrategias. Intentar a mi modo el controlarle su cabeza, con el fin de defenderme y de que no me haga más daño del que siempre me hace. Soy su chivo expiatorio, su punching de boxear para arrearme su rabia; el resarcirse de sus taimados victimismos. Pero he estado a punto de mandarle un arriesgadísimo watsap interesándome por su salud.

He ido a su watsap y he intuído que nada nuevo le ocurre. Porque su última ojeada a mi móvil ha tenido lugar hoy mismo a las 8 y 20 de la mañana. Todas las pistas. ¡Todo aclarado! ...

He llamado a mi peluquero Ramón, y éste se reía. Me decía que estaba esperando a mi hermano para precisamente hoy, proceder a cortarle el pelo como a mí. Y el bueno del peluquero Ramón, no podía contener la travesura de su risa. De modo, que he decidido coger otra hora, para no coincidir con él y evitar pasar los dos un mal rato.

No. Ni él ni yo somos los culpables de lo que pasa. Ni, mis padres. E incluso, ni mi familia. La llave de la incomprensión y del drama es a veces un azar incontenible e imparable.

-OS LO ASEGURO-
 

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