lunes, 19 de octubre de 2020

- LA CUEVA INVISIBLE -



Insólita y hermosa. Árabe e inesperada. Dicen que es la cueva del Canelobre,-en castellano Candelabro-, por la forma fálica en que se yerguen un par de brotes rocosos que la dan intensidad y magna peculiaridad e identidad.

Yo me metí entre perfectos desconocidos en aquella cueva turística, y me llamó la atención lo oscura que estaba. Y rústica y realmente peligrosa si pasas de cincuenta años. Y en el fondo todo es agua. Y no solo en las profundidades, en las cuales se explotó la minería y ahora triunfa la espeleología. Cambio de tiempos.

Las paredes de la cueva son para magia, y las formas que aparecen dan para toda la imaginación de los guiones de los buenos y profundos escritores. Son formas terrestres abundantes y mistéricas; surcos a los que tú puedes poner nik, figura, identidad, conjunto y toda imaginación.

En esas extrañas y oscuras paredes, caprichosas y salvajes, cabe todo. Y te sientes preso de su poderío. Porque allí no manda el hombre. Allí mandan siempre los avatares de la Naturaleza. Una cueva, siempre lo es. Y ha de tener antigüedad y leyenda. Pasado que explicar pueda el éxito de su presente. Y todo el riesgo que uno desee echarle. Toda la audacia y alguna irresponsabilidad traviesa que otra.

Yo no me sentí amparado por nadie en aquella cueva tan sin luz, que se me antojaba ceguera ante mis ojos. Demasiada ceguera.

Por la inercia y las indicaciones de un guía tosco y sin refinar, me llevaba a seguir descendiendo por unas escalerillas a las que faltaba suficiente visibilidad. Y yo opté por atreverme. A intentar no dejarme los tobillos en aquel descenso a los imaginativos infiernos. Me pareció una aventura insegura y hasta reclamable. Pero yo ya estaba poseído por el sudor de la ansiedad y el deseo.

Y bajé, y seguí bajando, y para disimular miré en dirección a la luz que proyectaba el puntero verde del guía sabihondo, rápido, atleta y antipático. Sí. Bajé a ciegas, haciendo ver que veía, superándome a mí mismo los riesgos y los miedos de bajada, intuyendo las no caídas y chupándome a tientas las bobas barandillas. Porque el fondo de la Tierra es así y no me gusta. Y soy el primero en amar a ese tesoro hoy casi vejestorio que es la Geología, y que nos dice mucho más de lo que queremos oír en esta mi sociedad sin barreras en la que todo lo individual puede suceder.

No lo pasé bien en la cueva. Nunca lo paso bien en estos lugares. Y solo juego a la adrenalina y al no caerme, pero a mí me agradan las cosas bien claras.

Y pronto salí de allí. O, tarde. Me recordó al útero materno en donde estás a merced de las cosas de mamá porque aún no eres tú y no puedes ver todavía las cosas por ti mismo. La cueva es defensa, vulnerabilidad, el principio de la ceguera; algo que quizás nazca y con riesgos siempre.

Sí. Salí de allí trepando hacia arriba huyendo de mi ansiedad. Necesito luz. Hubiera sido un excelente escalador si de pequeño hubiese tenido salud o dinero para comprarme una bicicleta como las de ahora, y me hubiese probado la libertad en un día suave de sol subiendo el Tourmalet o el Aubisque. Sé que subir es lo mío, y el sufrimiento agónico y la resistencia. Pero siempre, todo hacia arriba.

Cuando salimos de allí, se nos dijo que aquello había sido también un taller de aviones de incógnito cuando la fratricida Guerra Civil española. Lo intuí desde un principio porque me sentí cazado por una bella fotógrafa, sin decirme que aquella foto era de pago. Y cuando a la salida me la dio enmarcada y con la otra mano esperando el dinero, no me pareció tan cálida ni tan hermosa. Me pareció todo una cosa bien diferente. Casi inexplicable.

Una gruta es un fallo o un proceso de la Naturaleza. Algo atemporal, circunstancial y lentísimo. Casi menor. Un queso de gruyère que se hizo piedras hace miles de años y que ahora nos la muestran para hacer negocio. Una cueva es una falta de independencia. Un verso libre de carencia de solidez. Un riesgo húmedo y con goteras que se puede venir abajo en cualquier momento y sin darnos cuenta. Porque la cueva va sola.

Una cueva, no la ves bien. Te domina y condiciona. Te subyuga, seduce y atrapa. Te maravilla, pero te traiciona de belleza insólita. Y cuando salí de aquel útero natural y prodigioso, entonces vi el sol y sonreí. Una cueva nunca nos hará libres. Solo la luz nos dará el conocimiento y la ciencia. Lo otro es un escondite que sirve para que los riesgosos y nostálgicos lo den todo ahí adentro.

-PERO YO PREFIERO SALIR AFUERA-

 

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