martes, 5 de noviembre de 2019

- MUJER MARCADA -




De niña, Griselda no entendió qué sucedía. Todo debía ser un juego. No era posible que su padre acercara sus manos a las partes y que le dijera cosas cariñosas. Fue mucho tiempo así. Ella no dijo nunca nada ...
De jovencita, Griselda sintió muchos vacíos. Echó de menos mucho afecto. Nunca quiso a su madre. Quizás la hacía cómplice de los abusos de su progenitor. Pero, sobre todo, Griselda estaba en nebulosa, no comprendía nada, le faltaba algo; su viento era de una tristeza encriptada.
Su cuerpo se desarrolló, y con el tiempo creció su vulnerabilidad. Griselda es afecto y carencia de él. Las dos cosas. Y cuando logró un trabajo de secretaria en aquellos despachos del postfranquismo, pudo ver tiempos grises, rutina, y mutilación de sus sueños difusos.
Uno de sus jefes, le dijo a Griselda que valía mucho, y que hiciera el favor de quedarse allí un poco más cuando acabara su jornada de trabajo. Pero el no de Griselda sonó tan bajo, que su jefe no lo escuchó. Solo se oyó el silencio. Su jefe era alto, guapo, elegante, varonil, poderoso y hasta potentemente seductor y audaz. Griselda vio su alianza de casado en el dedo de su jefe, pero finalmente aceptó quedarse. La falta de cariño puede ser potentísima.
Su jefe sacó una botella de cava, y ella se ruborizó. En ese momento, su superior le ganó su espacio de libertad y la tomó por las manos. Griselda, lloró. El hombre le levantó la falda y admiró sus piernas. Ella, le sonrió como una niña asustada.
- "Griselda. Eres un cielo. Yo haré que tu contrato aquí sea para toda la vida ..."
- "Pero ..."
Griselda no volvió más a ese trabajo. Volvió a los estudios. Se sacó el título de ATS. Y además siempre le gusta ayudar a la gente mayor y que sufre. Cuando vio a Eduardo, un hombre sin pasado ni futuro, se conmovió. Porque hasta entonces los hombres le daban miedo a Griselda. La mujer logró un empleo en un hospital, se independizó, y un día le dijo al tal Eduardo que se casaran y que vivieran juntos en la recién adquirida casa de Griselda. 
- "Pero si soy impotente. No puedo penetrar. Ni hacer nada de sexo, mujer ..."
- " Tú vales mucho, Eduardo. Has sufrido igual que yo o más. Vente conmigo y ya verás cómo logramos estar bien ..."
Se casaron. A Griselda solo le importan los niños. Los adora. Y a sus gatos, y a todas las personas mayores y vulnerables que ve. El sexo le aterra, y ese tema con su Eduardo lo tiene más o menos estabilizado. Lo que pasa es que la vida es fuerte y ofrece mil sorpresas que marean. Griselda se armó de valor y se fue un día al psiquiatra. Se siente ya mejor, y las pastillas la permiten descansar y no influyen sobre su trabajo.
Muchos años trabajando juntos. Hasta que a Griselda le ha llegado la jubilación. Quería haber adoptado un niño. Pero, Eduardo, la dijo que no. Y la maltrata psicológicamente. La jubilación ha golpeado a Griselda. Mientras se está una activa, todo pasa volando y parece influir menos.
Hace un año conoció a un hombre latino. Veinte años más joven. Necesitaba aprender catalán para ganar unos oposiciones. Y Griselda es amor y se ofreció a darle clases y más clases. Y hasta viajaron por la montaña entre risas y fotos. Ella le llama: "mi sobrino". Y él se ríe. Y en cuanto se descuida, la mano del varón acaricia su rodilla. Y ella ríe también. Al unísono. Pero la mujer sigue acudiendo todos los meses al médico. Siente una gran insatisfacción que parece cronificada.
Se ha hecho adicta a los chats. Y a veces conoce a gente y quedan. Es peligroso. Su marido lo sospecha pero calla. Se acuestan juntos, pero ni siquiera hay sexo oral. Solo hay caridad y dejar las cosas como están.
En el fondo, Griselda desea salir de su laberinto y encontrar un hombre que la haga feliz. Pero no se ve capaz. Ya no la ilusionan los polvos esporádicos. Porque tras ellos se sigue encontrando con nuevos vacíos que se encandenan en angustia.
¡FORÇA, GRISELDA!

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