viernes, 31 de mayo de 2019

"SUPERVIVIENTES".




Aburrimiento y surrealismo. Desconexión. Incoherencia y reality. ¿Qué hace toda esa gente haciendo el mostrenco en una isla de por ahí? De, Disneylandia. Irreal. Parece gustar lo irreal. Y es muy demasiado triste que a esa nada se le pueda llamar ocio o entretenimiento. Aético. Casi lugubérrimo, hedonista y ambicioso. Belleza y decrepitud. Falta de valores. Y por encima de todo, ganas de ganar para embolsarse un dinero.
¿Concurso?, ¿éso es un concurso? Ni cayos, ni mosquitos, ni cocos, ni pescadores pijos a la desesperada, ni arenas límpidas de mares azules. Doña vulgaridad y santa zafiedad desembarcan en un lugar idílico en donde en el fondo todo es un gran y actual patio de vecindad.
Seducciones y juegos bobos en donde lloras más que ríes, la sensación de que desde tu sillón tú eres mucho más que todos esos frikis, y a veces piensas que un día te gustaría estar ahí en ese desierto fofo y extraño. Como cuando juegas a la bonoloto aunque no te toque un céntimo.
Se ven tangas y amagos de tetas. Hoy. Y mucha piel. Y músculo de gym y de preparación para el combate mental. Mientras miro eso de los supervivientes de la isla de los famosos y de los mosquitos, quiero acertar a pensar que qué demonios de cansados de la vida cotidiana estaremos cuando le damos al botón de la tele que echa el programita.
Tómbola en la selva. Sálvame de Luxe entre conexiones y bikinis con sudor moreno. La idea del superviviente absurdo. Una suerte de enigma que ataca como un morlaco para seducir a una gente extasiada y hastiada de todo.
Ya da igual quién participe en el concurso ese. E incluso da igual si el presentador es el pícaro frivolón Jorge Javier Vázquez o si lo es Paquito el chocolatero. Todo parece ser surrealismo. Todo, necedad y risotadas en el plató de los familiares y de los comentaristas. Desde que empieza la trama patraña, parece haber una perversión. La banalidad semeja una consecuencia final de quien es derrotado por la cotidianeidad del absurdo.
La audiencia 2019 de "Supervivientes" sí merece un estudio y hasta un experimento sociológico. ¿Vemos esa hez porque lo demás es todavía peor?, ¿está eso en pantalla porque quienes idean el programa están convencidos de que somos unos perfectos acémilas?, ¿por qué sigue funcionando la tontería? ...
Sí. La tele como tontería. Como tontería avispada y picarona. Chicas guapazas con poco que decir, de las que solo se esperan sus bellas formas y sus breves telas. Varones encendidos y castigados por la poca cosa y de la ausencia de relieve, que en el fondo simboliza la derrota del hombre siempre invisible y de consumo. La tele, caprichosa y absurda, capaz de generar visionado.
Palmeras gigantescas, tormentas, dátiles, presentadoras cañonas, y los ojos en yoga pérfido que se encuentran en la nada y en el fisgue para no pensar en lo que hay que hacer. El triunfo del opio y del sueño. De la desazón inesperada y de la necesidad de ver, y de que nos narren cuentos imposibles incluso a sabiendas de que lo son.
Si vemos eso de los "supervivientes", también somos un poco o un mucho Robinsones Crusoe. Y nos dejamos ir, y dormitamos descalzos y semidesnudos tirados de cualquier manera en el sofá, esperando la gloriosa e impepinable llegada de Morfeo. Del dios del sueño que nos devolverá a nuestra esencia del REM y de la nada hasta el día siguiente.
"Supervivientes", o la isla de los mosquitos,o como se llame esa insensatez. Somos cómplices del dinero consumista, de la banalidad y del vacío. Hacemos el moco y la rascada del culete, como hacen muchos en sus casas íntimas e impenetrables. Nosotros somos unos supervivientes. Siempre lo fuimos. Pero ahora ya no creemos en las islas vírgenes o perdidas. Ahora solo creemos en que estas cosas tienen lógica y atracción. Y ese camino extraño nos cose a la tele.
¿ O NO? ...

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