martes, 21 de abril de 2020

- MASCARILLA, MASCARILLA, MASCARILLA ... -




Máscara, mascarilla, mascarosa, masca el polvo, protégeme por lo que más quieras porque esta vida es una y hay que vivirla hasta el final.
Tras el término virus, es la segunda palabra más usada en mi España. Luego también se oye mucho: guantes, distancia, EPI, cifras, test, asintomáticos, confinamiento y protección.
La mascarilla ha sido una cosa de sectores determinados. De exagerados en la contaminación atmosférica, de Michael Jakson, de orientales, de cirujanos en el quirófano, de desinfectantes de lugares por abandono, o de carnavales venecianos o andaluces. Cosa puntual y determinada. Fuera de esos ámbitos, la mascarilla no tenía relevancia.
Todo ha cambiado ahora en varios días. Porque está todo revuelto y acojonado. Aparecen contínuamente terribles cifras de finados y de contagiados, y la tele se ha llenado de ruedas de prensa en donde al lado del Gobierno reaparecen militares, guardias civiles y policías. Es por el bien de todos. Es un sermón sanitario y son las órdenes.
El gran parte inesperado. Fernando Simón avanza la batuta psicológica y cronificada, y habla como solo lo hacen los expertos y tranquilos en cosas extrañas y peligrosas. Y luego sale a veces Pedro Sánchez, y empieza a hacer discursos nacionales y aglutinadores, en donde todos a una debemos remar y darnos las gracias como hace el Presidente. Más que Presidente, se torna tan institucional y patriarca, que seguro que si se pone una sotana y una fe, nadie percibe el cambio a cura. Y nos sigue dando las gracias, y entonces amenaza los imbatibles récords mundiales e imparablemente interminables discursos del cubano caudillo carismático Castro.
Sí. Las mascarillas eran y son para el oxígeno y por si las moscas. Como los astronautas o los buzos de mar. O, algo así. Y de repente, como un rayo, la mascarilla se convierte en una obsesión, un arma o un icono. El icono de la defensa.
La mascarilla siempre será una prótesis y un añadido antiestético porque se come la cara y la gestualidad. La mascarilla siempre será excepcional y siniestra. Como lo es el velo. Taparse la cara por sanidad es fetén, pero te llena de dilemas éticos y morales.
Ahora mismo, el pánico al contagio y a morir, hace que la demanda de este producto feo, se multiplique.
"Oiga, deme veintiséis. Sí. ¡No hay! ¿Qué precio? Pues a mí, deme treinta. ¿Son muy caras? ¿Entro dentro del grupo de riesgo que dicen que las dan gratis, señora farmacéutica? Las quiero buenas, y seguro que las caras me garantizan esa seguridad. ¿Cómo se lavan?, ¿para cuántos usos son?, ¿ir sin máscara es el suicidio seguro?, ¿estamos con una duda, con séis mil, o con casi ninguna? Nos hemos vuelto al bricolage desde los tutoriales y el boca a boca, y con maña nos hacemos nuestros apaños en medio de la selva insegura de asfalto. ¿Va ésto para largo? ¡Será por dinero! ¡Cuarenta y séis mascarillas para mí y los míos! ¡Pero si mi pensión es una miseria! Pero si este virus nos va a llevar al otro barrio, ¡algo habrá que hacer! Yo sé hasta ganchillo. Costuras. De modo que eso de la mercería y de las cosas caseras me gustan y se me dan mejor que bien. He ido a la farmacia y ya no habían. Cualquiera se espera. ¡Los cojones! Lo buscaré en internet, ¿al mejor postor o impostor. Igual en el mercado persa B, tienen. Que, seguro que tendrán. Y, ¿qué será de mí?, ¿esto se acaba?, ¿llegaremos al verano?, ¿no podremos abrazarnos y solo estar un rato con cara de mascarilla, a dos metros, con guantes y sin vernos la cara bien?... ¿Y si ponen fútbol aunque sea a puerta cerrada y así al menos vemos jugar a Messi y entonces el confinamiento será más llevadero? Seguro que Messi regateaba a siete sin la mascarilla puesta y los otros siete con ella. ¡Si no me da una mascarilla, le denuncio y lo llevo a los tribunales! ... ¡De perdidos, al río!... "
El mercado persa del miedo. El zoco. Los malos pescadores hacen el agosto en Abril y se comen la poesía de la primavera firme. La mascarilla logra en estos días superar a la presión del móvil o de la videollamada. Sin mascarilla, no soy nada. Sin mascarilla soy una presa fácil para el virus coronado y encima les mando desamor contagioso a los míos tod@s. Son tiempos inevitables de mascarillas. Tiempos inéditos. Y el lunes 27, los niños españoles podrán finalmente salir de la jaula de su casa y entonces se creerán que van a jugar. Yo, me alegro por los niños porque son mágicos e imprescindibles. Son el futuro y hay que protegerlos. Están insoportables los inocentes benditos y merecen unos días de Reyes.
-HASTA QUE ASIMILEN ÉSTO-

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