martes, 25 de junio de 2019

- MARIOLA -




Ahí estás como siempre. O, como casi siempre. En tu tienda de ropa para mujer y niño. Pero a mí nunca me convenció la transformación de tu sonrisa.
Me da igual mucho de tí. Lo primero que me da igual es que estés en esa mi barriada de la que yo nunca he podido moverme y a la que tanto quiero. Porque a pesar de todo, yo nunca te he considerado de mi barriada. Solo, que aquí tenías y tienes la tienda.
Conmigo, no te equivoques nunca, Mariola. Y si te equivocas, no me vengas con historias, porque la pelota de la distancia y del desencuentro, está y sigue estando en tu tejado.
Apenas te traté. Solo lo hice por necesidad y para sacar a mi madre senecta de la multitud de embrollos en los que se metía con la ropa que no tenía o que precisaba. Me acerqué a tu tienda para ayudarla, y de paso para ayudar a mi hermano herido en su crónica inopia. Nada más.
Tú, Mariola, ibas a la tuya, y de repente sacabas tu sonrisa de pose y me mirabas entre temerosa, satisfecha y hasta confiada. Pero yo nunca creí en tí. Iba a tu tienda, como podía haber ido a otras diez mil. Solo coincidimos y ni éso, en la cercanía geográfica. En que tu tienda estaba ahí, al lado del horno de siempre que ya cerró, se ve desde mi casa; sé que andas ahí. Pero de la misma manera, Mariola, sé que no has estado realmente nunca.
Por amor a mi madre, por mi timidez, y por no tenerla con ella, entré a tu tienda y hasta te pedí consejo. Sí. Por mi madre y nunca para cosa de mí. A ver si te enteras, Mariola.
Ni sé quién eres, ni me interesa saberlo. Solo sé que hay distancias abismales e irreparables. Solo sé que en cuanto mi madre se fue al otro lugar antípoda de la vida hace ya más de tres años, volvió tu desconsideración, tu frialdad y tu distancia. Tu puto estigma. Y cuando coincidíamos por la calle, tus palabras sonaban igual de decepcionantes:
- "Hola, ¿cómo estás?..."
- "¡Yo? Muy bien, ¿ y tú, Mariola?..."
Tu madre, Mariola, falleció meses después que la mía. Y cuando te repreguntaba la cortesía, tú no te atrevías a hablarme de la sorpresa que te producían mis palabras.
Sí, Mariola. Eres una inconsciente que no se quiere enterar de las cosas. ¡¡Soy como tú!! ¿Es que no estás de acuerdo?, ¿temes que entre en depresión y tú no?,¿crees que aunque no entiendas mi vida, tengo yo que darte algún tipo de explicaciones? ¿Sí? Pues entonces, siempre has errado, Mariola.
En efecto. Hace tiempo, algún año, que ya no voy a tu tienda. Y no voy, no solo porque tú vendes ropa de niño y mujer. ¡No! ¡Ni hablar! Yo no voy a tu tienda porque eres incapaz de tratarme de tú a tú y como a una persona como los demás. Y eso, Mariola, como nunca comprenderás, jode demasiado.
Ahora ya se ha hecho la normalidad que siempre hubo entre tú y yo. Ahora ya no me sacas tu sonrisa escéptica. Ahora, ya vuelves a pasar de mí como siempre hiciste. Ahora, todo vuelve a ser como siempre fue. Ahora es lo que iba a pasar, porque nunca supiste comprenderme. Y cuando volvemos a cruzarnos por mi santa calle,es: 
- "Hola ..."
- "Hola..."
Y ya no hay nada más. Y es doloroso. Pero se acabaron todas las cercanías, porque nunca las hubieron. Y yo prefiero esa realidad a la fea hipocresía de lo conveniente. Y las cosas han vuelto a reposar cotidianeidad.
¡NO TE DESEO NADA, MARIOLA!

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