jueves, 30 de agosto de 2018

- MARTINA SWACK -




Potente, oronda, fuerte, temible de cuerpo y nieblas de espíritu. Martina es alta, con corpachón, decidida, realista y desigual. Desanimada, caprichosa, profundamente herida, decepcionada, en plena guerra con los suyos, y con las sensaciones fatales de que nunca nada en su vida se resolverá.
Cincuenta y cinco llorados y misteriosos años en Martina Swack. Y a pesar de que me confía una catarata de desgracias irreparables y quasi imposibles, todavía no quiere decir su última palabra y le gusta como a todos el masaje y el placer.
Los ojos de mirada fija y casi constante de Martina Swack dicen bastante. Son ojos bellos, negros, maquillados, de quien sabe que ha gustado y de que su desesperación actual no cambia la belleza de su mirar inquietante. Son hermosos ojos que nada cambian ni siquiera cuando apuestas en percibirla mal.
¿Por qué Martina Swack me confió sus intimidades? La respuesta es la necesidad y la manía que tiene y que consiste en que los demás no la hacen ya ni puñetero caso. Y entonces se deja llevar por su desasosiego y se pone a soñar mientras se duerme toda alejada de la vida. Y a veces se está casi todo el día durmiendo. Y no come, ni cena, y si eso algo de desayuno.
Pero la cama es traicionera, atemporal y con muchos efectos secundarios. Su estancia en la cama la hace perder amigos y engordar y engordar hasta situarse a las puertas de un defensivo balón gástrico que corten las mórbidas tendencias de la inmovilidad.
Pocas cosas quieren ahora sorprender a Martina Swack. Porque su imaginado negro horizonte y sus rojas y sangrantes heridas, no la dejan pensar que no sea en colores iterados y pesimistas.
A Martina Swack le sorprendió que yo la escuchara. Que le cortase el discurso de su catástrofe y la hiciera enmudecer. No lo esperaba aparentemente. Porque en el fondo, Martina solo desea escuchar la comprensión, el apoyo o el empuje de los otros. Porque Swack cree en ese empuje, aunque se haga contínuamente constantes victimismos y autoflagelos.
Sí. Martina Swack desea ser oída y que le hablen, porque en este momento de su vida es incapaz de escucharse a sí misma. Y entonces su corpachón se erige y sus piernas la levantan de su eterno sofá y de su cama loca, y la dirigen a lo que conserva de sí misma que es el deseo de encontrar algo o a alguien que le saque sus tremendos pesares del fuego.
Martina está cansada de luchar. Agotada. Se siente una inútil quijote luchando contra unos molinos de acero que parece que siempre la ganan. Y siente odio en esas lides, y mira que ella puede ser una máquina de potencia y agresividad; una hembra de armas tomar que lo tuvo todo y que no tiene un pelo de tonta.
La injusticia, según Martina Swack. No sabe por qué se casó y por qué sus padres tampoco la apoyaron y por qué se decantaron por sus otros dos hermanos. Solo supo llorar y guerrear, notar que su corazón fluctúa en patología, que sus psiquiatras le marean el camino más que arreglárselo, y que sabe que todo es trueque de amor.
Adoptó a una nena china y su ex dijo que está loca y se la ha quitado. O eso asegura. ¡La jueza! La jueza es ahora su enemigo número uno. Pero no sabe que su justicia está en una versión renovada y aclaratoria de toda su vida, y ser capaz de comenzar otra y sin temor a mucho. No es boba y sus ojos escarban en la tele y en internet aún con la rapidez del consumidor del capitalismo y de la actualidad.
No sé si hago bien en cogerle el teléfono cuando me llama Martina Swack. Es desordenada y no tiene horas para finalizar la llamada. Se agarra al clavo ardiendo de mi discurso parlanchín y se relaja. Yo le aconsejo que no se rinda, y ella solo interpreta el placer de mi tono de voz.
¡REACCIONA, MARTINA SWACK!

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