martes, 20 de septiembre de 2011

- AÑORO MUCHO AQUELLO -



Ahora que por fin Septiembre empieza a mostrar su verdadera cara valenciana, y   se   va  pareciendo inevitable al otoño que viene imparable, no puedo dejar de pensar, y especialmente los domingos, en mis mágicas montañas. En el deporte de andar.
Sí. Fueron séis o siete años consecutivos sin parar un solo domingo al año,    de    hacer  senderismo. Y éso, marca mucho. A mí, lo hizo. Pasé seguramente, si no los más felices,-que pudiera ser que también-, los vitales y más intensos años de mi vida.
Todos los domingos caminando durante séis años por las montañas del interior de la Comunidad Valenciana. ¡Qué momentos! Aquella dinámica imparable, aquellos sudores, aquellos esfuerzos, aquel aprendizaje permanente y enriquecedor, aquellas tardes de camino y   de regreso por aquellos pueblos pequeños y perdidos entre la aventura ...
Sí. Así fue. Cometí muchos errores de bisoño, pero tengo recuerdos imposibles de eliminar de  mi mente. Aquel sabor tierno e incomparable a sol    de   plaza   de   pueblo semiabandonado, aquellas tabernuchas llenas de viejos que jugaban en silencio y en menor silencio y  en menos silencio a las cartas ,y se tomaban un café. Y luego, levantaban   sus  ojillos de la mesa, y miraban a ver cómo iba el Valencia, o el Barcelona, o el Real Madrid. Y, en seguida, volvían a su partida, a su rutina feliz y rural, y a su amistad hermanada. Como un son de Perales.
Nunca olvidaré aquellas comidas campestres y aquellas pequeñas siestas que nuestro líder y guía Rogelio, intercalaba en medio de las excursiones. Y, aquellos senderos, y aquellas chicas mágicas que no se dejaban ayudar para cruzar un río o para subir un fuerte desnivel.   Y,  ¿para qué iban a ser ayudadas por aquel generoso fortachón que era José Vicente? ¡Bien que hacían! La independencia de la actitud de aquellas mujeres fuertes y valientes,   fue   una  enorme lección. No necesitaba brazos o manos varoniles para transitar por las montañas.
Sí. Recuerdo la bota de vino que me lanzaba Dámaso, o las galletas      afrodisíacas     que  afirmaba tener el bueno de Rogelio, o la simpatía de Mariajo o de Pau, la armónica de Antonio, la fortaleza hercúlea de Abel, o las facultades portentosos del "pastor" Julián. ¡Menudo atleta!
No me caben en este escrito, tantas vivencias. He de compilar con espíritu de síntesis todo lo que me baila por la barriga, y que no es otra cosa que poder volver a la montaña para repasar y digerir tantas y tantas cosas difíciles  de abordar    para    un absoluto novato como yo.
Para poder rectificar aquellos afectos a amigos equivocados, o atracciones a algunas  chicas imposibles. Añoro mucho aquello. Lo añoro, todo. Aquella vida de soldado dominical de montaña, mis progresos físicos, el descubrimiento de paisajes incomparables, la idealizada manía de convertir en ídolos a gentes corrientes, y el volver a beber del agua fresca de  un manantial, oler un tomillo, o cantar una canción que me salió del alma.
-MAS SÉ QUE VOLVERÉ-

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