Ocho de la mañana. Pamplona. ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín! El toro y el mozo. En medio de la fiesta salvaje, parece demasiado pronto las ocho de la mañana. Preguntas que nunca te haces aunque lo pienses todo. 2014. La tradición y el ancestro. La milicia y la vitalidad que concretan. Nada espera. Los atletas ya están ahí. Como los cabestros que aguardan el gran disparo de la salida. Hay ansiedad latente y guiri bobo, senyeras oportunas y festeros atolondrados y figurones. Y el imperio del orden que marca la cuadrilla de los grandes y curtidores corredores. Para correr éso, hay que tener facultades físicas y mucha decisión e inmediatez.
Todo es un gran estallido. Un gran sprint sostenido de cuatro eternos minutos en donde pueden pasar las contradicciones más inesperadas. Mas lo único que te llegan son los tremendos astados. Con unos cuernos demoledores y hasta necesarios que se llaman emoción. Casi o más que la adrenalina que tiras cuando haces el puenting o el balconing. Es importante estar jadeante y un poco fou para jugársela a esas horas intempestivas y con suelo resbaladizo. La noche fue larga, rubia, morena, masiva, potente, siempre festiva y nunca suficiente. La fiesta nunca podrá saciar la suficiencia en el placer.
Pero los toros no van a mirar nostalgias ni humanidades. Los toros son fieras maravillosas y sin escrúpulos que sienten demasiada excitación. Entre otras cosas porque les rodean centenares de unos mozos que literalmente ya no caben por entre las calles tradicionales. Todo queda chico y sin renovar ante la gran tradición. Hay que buscarse la vida, apañarse, contarlo y bien, y que el azar pueda respetarte. Retar a una osadía es éxtasis si sale gratis.
Estampida. No hay sitio. Concentración máxima con deuda de oxígeno. No todo el mundo va a poder correr el encierro de los sanfermines. Eso es para gente que sabe a lo que se enfrenta. Gente de relevos, de capotazos a golpe de papel, de saber hacerse con agilidad el muerto en el suelo, de quien aguanta el rugby del pisotón inesperado, de quien manda al carajo a un imbécil y abre paso franco a la mediática y hasta dichosa manada.
Nada de fotos ni de recuerdos de internet ahí. El encierro es carne y piel, mojarse el culo y aguantarse la sangre, tener capacidad de sufrimiento y toda la sensatez para no desesperarse y hacer el egoísta. El toro y tú. Y nadie más. A carrera desnuda, a orden, a toda mecha, a fondo de etíope, a cara de decisión, a por todas, a marchar en silencio como un pastor atento y desbocado.
No mires demasiado al bicho, pasa con él, no le pierdas demasiado la valentía y el miedo, casi eres una misma cosa alocada que él, es un empate técnico a sustos y a leches, a hostias y a impactos, a no haber más remedio que seguir como se pueda al sol y al aire de la gran plaza de toros en donde volverá a hacer aparentemente el esoterismo del silencio.
Si corres junto a los toros, no escucharás gritos ni prácticamente nada, no habrá tiempo al lamento o al arrepentimiento, solo podrás hacer lo que sabes, intuír para salvar el pellejo y la solidaridad gestual ante los novatos. No te queda más que ser mozo, y osado y con arrojo. Cuatro minutos más tarde habrá terminado la orgía de la gran fantasía real. Y entonces un médico dará el parte de heridos del presente de indicativo del verbo realidad.
-MUCHA SUERTE TENGAS PUES-
0 comentarios:
Publicar un comentario