miércoles, 16 de julio de 2014

- CICLISMO, FRAGILIDAD Y VALENTÍA -



Ya sabéis que Alberto Contador,-que es el mejor ciclista español-, ha tenido que abandonar el Tour de Francia 2014 a causa de una caída que le provocó lesión. Tenía todas las cartas para ganar la prueba. Y la primera impresión que siento, es la de las condiciones de los ciclistas profesionales y veo cómo asumen unas situaciones que les convierten en seres puntuales y con un  Damocles inmenso de azar sobre sus cabezas.
Son los atletas de fondo. Como el marathón. El ciclista ha de ir con mucha gente cerca, midiendo distancias, haciendo filigranas y orando mucho. Pidiendo gracia y árnica de los dioses, encomendándose a las estrellas del azar, y buscando una y otra vez la suerte de la lesitud. Dos ruedas y con muchos riesgos a su alrededor. Las carreteras, la ruta, las subidas y las bajadas, las enormes distancias, muchos lugares sin control y siempre temibles, un aguacero posible y durante horas sobre sus organismos, y a veces un frío atroz
En tiempos de doppings y leyendas negras, de pobres e hipócritas, de indiferentes que les dan la espalda a estos maravillosos esforzados, te das cuenta de la magnitud extraordinaria de esta fastuosa y mágica idea que es y supone el ciclismo.
Me imagino a Froome o a Contador en sus tiempos invernales, entrenando casi furtivamente o anónimamente jugándose el pellejo entre el imperio de los coches y de la modernidad con la sola protección del casco o de su coche de apoyo. Poco más. Preparándolo todo para la primavera y para el verano. Para poder triunfar en su deporte. En un deporte que es sencillamente colosal y fantástico.
Estos ciclistas son gente de ideas nobles y románticas. Una piedrecita puede ser la distancia entre el olimpo y el averno. Y aún así salen y se la juegan, y entrenan, y compiten, y siguen vivos como unos aventureros y desafiando las adversidades y hasta los complejos. Son realmente, grandes.
Grandes, en su situación de vulnerabilidad. Porque si les empujas o les tocas, pueden caer. Pero si las cosas les sonríen, son capaces de poner alegres a las aficiones de sus países. Depende todo de cientos de cosas, y con un estoicismo admirable asumen los retos.
Alberto Contador se disponía a atacar para ganar el Tour 2014 y darnos a los españoles que lo veíamos todo sentados cómodamente en el sofá de la casa o acostados sobre la cama, unas tardes divertidas y emocionantes. Alegres y hasta trepidantes.
Y de repente, en un instante, la caída y la lesión. Y en escasísimos minutos el rey escalador debe utilizar su imperiosa necesidad. Algo muy extraño le está pasando a su pierna que es su medio de locomoción. Las piernas de un ciclista. Su cuerpo. Su cuerpo maltrecho y fuera de combate. Y Alberto ha de llorar porque le da rabia que todos sus entrenos se sepulten debajo de lo irremediable. Lo mejor que debe hacer y por su bien, es poner pie a tierra y pensar en positivo. Que le vean los médicos,-que son los que saben de estas cosas-, y que le digan como puede ser su futuro.
Esa es una de las verdades del ciclista. Sus reglas del juego. En este deporte que semeja otros tiempos y contextos ya pasados, hay mucha crueldad y fugacidad. Te sientes mal y desprotegido, muy del vaivén del azar, a merced de los sueños, entre mil condicionantes, y tratando de esquivar a manotazos todos los malos pensamientos. Hay gente de hoy que no quiere ser ciclista. Nos hemos vuelto burgueses y acomodadotes, queremos seguridad y las cosas más o menos previsibles. Necesitamos unos tiempos y unas condiciones de garantías, y una protección que entendemos necesaria y que nos interesa.
Por eso cuando veo lo de Contador o lo de Froome, les valoro y aplaudo más. Son de otra pasta y hasta quizás de otro tiempo. Una suerte de valientes montañeros del asfalto que saben que a veces hay que desnudarse y sufrir. ¡Ánimos, Alberto!
-SENCILLAMENTE, ADMIRABLES-

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