Cambió el fútbol. Todo se modificó. Nuestro deporte rey y a nivel mundial, acusó el antes y el después del gran futbolista Alfredo Di Stéfano. Renovó el tiempo y lo hizo especial. Le metió chispa y atractivo, hizo con sus goles y su majestuosidad muchas veces Campeón de Europa a su Real Madrid de Bernabéu, y siempre fue especial. Una leyenda, un mito, un genio ...
Nunca pude verle jugar. Me lo perdí. Pero siempre mis mayores me dijeron que había sido aún mucho más grande que Pelé, Cruyff o Maradona. No puedo ser riguroso juzgándole en fútbol. Solo puedo hablar de mis impresiones sobre el personaje irrepetible.
Don Alfredo Di Stéfano. Porteño y español, hombre de otro tiempo y de palabras rebuscadas y arcáicas que tenían un final agudo y plenamente inteligente. Me fascinó y me ganó. El gran guerrero soberbio y distante, me volvió loco. Pocas veces me he reído tanto al escuchar sus cosas siendo como fue un gran padre del fútbol y defensor del juego y de los jugadores a ultranza. De, su fútbol.
Lo mejor de "el pelao", era su fina ironía y sus cuentos narrativos de fútbol. Y su mala leche. Su dignidad y su orgullo sin concesiones ante el periodismo. Pero ese maravilloso cascarrabias nos dejaba siempre a todos finalmente con la boca abierta de la admiración y riéndonos reflexivamente a carcajadas. ¡Qué grande fue, joder! ...
Era formal y echado para delante a un tiempo. Un caballero y un tipo duro e impasable a la vez. Complejo. Como a mí me gusta que sean las personas. Con chicha y sal, con realidad y sin complejos, con aplomo y hasta una formalidad convincente.
A mí me gustaba el Di Stéfano en estado puro. En ebullición. Para lo bueno o para lo menos bueno, pero al ataque. En esa realidad que tienen los ganadores para mostrarse y salir siempre bien airosos.
Se cuentan de Alfredo mil anécdotas. Su leyenda y monumentalidad eran imparables. Era universal. Por eso ahora el fútbol está cojo. No se va con él un trozo de la historia de nuestro deporte, sino algo que ya nunca podrá ser como era. Es la ley de la vida. Cuando muere un rey como él, entonces todo el paradigma varía. La orfandad en la que está ahora el fútbol en duelo, deja paso a una transición que llevará a unos nuevos tiempos. C´est la vie. Y la muerte. Lo inevitable.
Genial don Alfredo Di Stéfano. Era tan grande, que le sabía mal ser entrenador porque ahí en el banquillo se podían hacer menos milagros y dependencias de medianías y de mediocridades. Finalmente, el maestro logró abrazar las otras realidades aunque no le fue sencillo.
Dijo una vez que no entendía cómo le abroncaban a él cuando uno de los suyos lanzaba un córner y la echaba fuera. Afirmaba que parecía que se pensaba que él tenía que enseñarle a un muchacho de veinticinco años a tirar bien un saque de esquina. Nos reíamos, porque tenía razón. Sabía sacar de en medio de la pasión, la ironía y su tremenda clarividencia y facilidad para ver las cosas del juego del fútbol. Un lince y un privilegiado, siempre socarrón y divertido. Único. Eterno y longevo.
Quería mucho a quien se lo ganaba. Como a Maradona, su paisano sucesor. Una vez soltó: "Maradona aplaude porque está contento" ... Mágica descripción del porteño ante su niño que no logró crecer con los muebles en su sitio. Alfredo quería mucho al Pelusa, pero le dolían sus salidas de tiesto. Y en el fondo, le comprendía y aceptaba. ¡Cómo no hacerlo! ...
Otra de esas anécdotas tiene que ver con su defensa del futbolista. En unos determinados Mundiales en los que ejercía de comentarista para la televisión, y mientras sus compañeros hablaban de estrategias y de movimientos tácticos, don Alfredo no cesaba de exclamar: "Pero, ¡con la calor que hace cómo van a aguantar¡ ¡Por dios! ..."
El humor inteligente y chispeante en el corazón del fútbol. Se va el dios de ésto, el verdadero dios. El más grande e irrepetible. Se muere un trozo enorme del fútbol mundial.
-DESCANSE EN PAZ, MAESTRO-
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