sábado, 1 de octubre de 2011

- LA LUZ -



Sí. En estos días del otoño que huelen a tristeza y a ciclo inevitable y renovado, yo echo de menos esa luz que aquí en Valencia me acompaña imperial, seguramente desde antes incluso de la primavera.
Acuso la falta de la luz. Como si fuera un ciego. Dicen que mi ciudad es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Me ocurre igual que con los días nublados, o cuando se da la inhabitual circunstancia de que haya varios días sin sol consecutivos. No lo puedo evitar. La falta de luz, me condiciona y me entristece.
Esta época del año, es de las peores para mí. Las sombras alargadas, van devorando ese brillo solar, hasta que en Diciembre o Enero, volverá a ir creciendo el día, con su luz y con su vida clara y hasta espectacular.
A propósito de esa necesidad que tengo de la luz, y que siempre me acompaña, recuerdo una anécdota que me sucedió uno de los innumerables días de excursión dominical,   en      las  montañas mágicas del interior de mi Comunidad Valenciana.
Creo recordar, que caminábamos por uno de los senderos de la provincia    de    Castellón.  Probablemente, por la zona de Vall´Duixò, la cual está llena de cuevas y de lugares   bien curiosos y agradables de ver.
Sí. Recuerdo, que, aprovechando que el sendero nos quedaba a escasos metros de una coqueta cueva, se decidió que descenderíamos en dirección a élla, y admiraríamos   cual  espeleólogos aficionados, sus características y su peculiaridad.
Pero, a pesar de ser una hermosa, espaciosa e inacabable cueva, sentí casi de repente    la necesidad de salir de allí. Y, en cuanto pude y el grupo lo decidió, salí de nuevo a la superficie.
No había calor. Lo mío era el exterior, la luz del sol natural sobre el campo, el aire de arriba que mecía mi cuerpo, y el espacio exterior que guiaba de nuevo mis pasos.
En efecto, yo necesitaba salir de aquella cueva oscura. De aquella metáfora casi insoportable. De aquella especie de vagina, que me retenía en un seno abrigado, pero desde la que no podía emanar yo con mi independencia y mi mismidad. Mi yo.
Cada vez me gusta menos la protección de la seguridad y del recogimiento, y afirmo que mi vida y la vida en general, ha de ser riesgo, y riesgo en el exterior. Soy como una planta   con piernas, o como un animal que precisa de un espacio grande para el dinamismo y la energía. Me parezco mucho a la vida que surge desde la primavera, y en donde brota la magia del  guiño y del color. Ése, soy yo.
-QUIEN OS ESCRIBE-

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