sábado, 8 de julio de 2023

- TOURMALET, SABOR DE TOUR. -



En lo más ciclista de la alta montaña de los Pirineos, el paso del Tour por el Tourmalet te embriaga hacia la razón icónica y la épica histórica. Es difícil entender la cátedra del Tour sin la necesaria propuesta sucesiva de esta montaña carismática, la cual no solo convierte en mito a quien atrapa, sino que te hace recordar tiempos centenarios.

No se puede entender el coloso más famoso de Francia, sin recordar a Merckx, Anquetil, Ocaña, Poulidor, Hinault, Fuente, Contador, Perico o Induráin. Y la magia de esta montaña de prestigio, hace que su carisma no sea otra cosa que un motor de nivel alto que sigue más actual que nunca. El Tourmalet es la vieja montaña más actualizada de la Grand Boucle. Ensalza a quien la toma y la afronta, y ofrece el traje oficial de la mejor carrera del mundo por etapas.

Subes, subes, subes, y parece que sus porcentajes no van a asustar a los grimpeurs. Semeja un caramelo de espectáculo y de doble filo, en donde se inscribe la pureza del ciclismo duro y descarnado. Cuando llegas a la Mongie, puedes ser un deportista afortunado o una caricatura de ti mismo.

Dejaré a Coppi o a Bahamontes, y aterrizaré suave en el Tour 2023. El duelo de disparos sigue vivo,-pronto llegará el Puy de Dôme-, entre el vikingo Vingegaard y el esloveno Pogacar. Y de repente, el Tourmalet. Y el danés que decide acabar con su rival, al ver al esloveno ceder solidez en la coqueta y complicada Marie Blanque en la jornada anterior.

Vingegaard demarró pasando la Mongie, y Pogacar pudo reventar definitivamente. Al danés le acompañaba la brutal fuerza de Van Aert, y el Tourmalet nunca acababa. Ahí estaba la lección para el esloveno que madura. Y en la Mongie "tourmalesca", Pogacar no respondió esta vez a las provocaciones y se impuso la ortodoxia ciclista. Al coronar el puerto, se juntaron los dos ases, y en la subida final de la etapa fue el esloveno el que obtuvo medio minuto de ventaja sobre el líder danés.

Lección de catón. De cátedra. De hechura y solidez mental. El Tourmalet vigilaba expectante a los dos máximos favoritos al amarillo maillot en París y pudo sonreír. Vio otro duelo épico, atractivo e imparable. Y el Tourmalet se alió con el sol y con la expectación y tuvo un nuevo éxito al ser exhibido en las cámaras de la televisión.

Y con ese sabor a Tourmalet, el Tour se autooxigena y se da color y afición masiva en las tardes televisivas de sandía y siesta debajo del aparato del aire acondicionado.

El Tour se fortalece y aplasta, y acaba con excusas y con culpas. Hay para un ciclista un estado de inocencia y otro de compromiso y de responsabilidad. Un antes y un  después de foguearse las fuerzas ciclistas en el rey montañoso del Pirineo.

Ahora, no hay dudas. Nada hay decidido. Las duras y lastimosas caídas ya pasaron, aunque a la vez pueden tener fatídico final en cualquier momento. El Tour ya no decaerá en atractivo a pesar del resucitado pero aún herido Egar Bernal, y con el aliciente de nuestro españolito Carlos Rodríguez que emerge con plenas energías.

Sube, sube, sube y sigue subiendo camino de la Mongie hacia la cima del Tourmalet, en donde todos los dioses de las dos ruedas se ponían antes un periódico en el pecho para no llegar congestionados al acabar la jornada. El Tourmalet, hay que subirlo. Poco a poco, calculando el ritmo individual y saltando al sentido común de los pies en el suelo.

¡¡ ALLEZ !!
 

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