sábado, 25 de septiembre de 2021

- SOY UNA BRUJA, ¿ Y QUÉ? -



Brujísima. No bruja. El otro día oí en el Parlamento a un cavernícola, llamar bruja a una mujer. Oye, para mí es casi un halago. Porque siempre me ha gustado tocar los cojonzuelos a los carcas. Me llamo Elisa, y hace ya mucho que me di cuenta lo que supone ser una mujer libre de ataduras atávicas.

Bruja. Sí. He llegado a echar las cartas, y le echo mucha sal a mis cenas con amigas y amigos. Tengo muchos amigos. Y a ellos les encanta su bruja deseada. Como buena bruja, soy intuitiva, voladora, sexual, liberada y muy dulce con mis demonios. Porque yo tengo muchos demonios. Empezando por los personales y físicos. Gusto a los hombres y también a muchas mujeres. Y cuando digo que gusto, es exactamente todo lo malévolo que estáis pensando.

Siempre me ha hecho gracia eso de "sus labores", y lo de estar en casa y con la pata quebrada. De bien pequeña me extrañó. Y vuestra bruja Elisa, es capaz de volar y sobre todo por las noches más inesperadas e intensas.

Tengo una escoba en casa, pero prefiero los aviones, y los viajes, y el vivir, y el estar satisfecha conmigo misma. Y cuando me viene la desbrujez, entonces lo resuelvo pronto: ropita ceñida, interior atrevidísimo, taconazos de vértigo, piernas a lucir, y mucho maquillaje brujo.

A pesar de todo, siempre hay hombres brujos. Desgraciadamente, no son abundantes. Pero yo sé que los hay. Y hemos cruzado nuestras escobas respectivas en la noche y a cualquier hora del día, y hemos hablado de bienestar y de ternura, y luego han sido diablos en el catre. Sí. Haylos.

Yo, Elisa, os lo aseguro. Os aseguro que ser mujer y vivir estos dos telediarios que tenemos antes de que llegue la caducidad y el no estar, es toda una experiencia embrujadora y fascinante. Competir con los tíos tiene morbo, ver lo machistas que son la gran mayoría, que siguen en el Medievo, y con ese paternalismo de chirigota y seminario, es hasta mágicamente divertido.

Elisa, que soy yo, soy bruja. O, lo intento todo lo que puedo. Y tengo una agenda repleta en la que no cabe el aburrimiento. O, a veces sí. Pero es un aburrimiento elegido y necesario. Es, porque a veces me canso. Porque las brujas también nos cansamos levemente a veces y como hacen los señores varones.

Es pasajero. Porque las brujas nos atrevemos a decir lo que nos da la gana, y a gamberrear, y a aprobar la licenciatura de Filosofía como hice yo. Y a aprender a estar al cabo de las cosas, y a no depender de ningún maromo, y a soltar unas risotadas casi de akelarre que encandilan y llaman la atención. Sí. Confieso a Belcebú, que me gusta llamar la atención.

Y, mirar. Mirar por las cerraduras y mirillas. Siempre me ha gustado mirar a los sitios prohibidos, y descubrir qué pasa con las puertas blindadas e imposibles. Me encanta meterme en todos los charcos liosos, buscar la cresta de la ola, y sobre todo ser muy feliz y natural.

Las brujas también podemos ser la hostia, y atrapar la ternura y la sensibilidad, y absolutamente adorar esa condición de mujer que tengo a gala. Y me gusta gustarme a mí misma, y tener la verruga más hermosa del mundo, y una exuberante nariz sexy a los Rosy de Palma, y comer en lujosos restaurantes, y lucir escotes imposibles. Y, pecar. Como buena bruja que soy, me gusta pecar. Y parece mortal todo. Y que doy miedo a los tíos no inteligentes, y todas esas cosas que vienen de la Edad Media.

-PERO SOY VENIAL-

 

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