martes, 14 de septiembre de 2021

- LA MIRADA DEL MENDIGO CALÉ. -



Me gusta y me atrae su mirada. Porque me mira como si me conociera de toda la vida. Su aspecto es de gitano. De, calé. Con su coqueto sombrero siempre encina de su oronda cabeza. Está siempre en la puerta del súper, por si le echan limosna.

Me apasiona porque no le paso indiferente. Y no sé qué ve en mí. Ya no hará sesenta años. O, quizás, sí. Porque la dureza cambia mucho los aspectos. Su mirada es un imán; una agudeza hacia mí. A mi abuelo paterno le apodaban "el moreno", y le gustaban mucho las corridas de toros. Era muy raro y orgulloso. Delgado como un etíope en apuros. No creo que fuese gitano, pero antes todo era más aceptable, más fraterno; quizás tan estigmatizado como se es ahora. Pero, era mi abuelo y le conocía más de medio barrio. Conocido y familiar en mis calles de siempre.

El gitano del súper, apenas dice nada. Solo un rápido saludo y muchas veces una inclinación del rostro, que acompaña con una reverencia más que educada. Por eso me desconcierta su amabilidad.

Quizás sea un gitano del Este, que ha acabado aceptando la realidad de los blancos y se ha agachado. Eso sí. Con suma elegancia.

El calé retiene su mirada, y me observa entre curioso y divertido. Es como si yo le recordara a alguien. Quizás a algún muchacho fuerte y enérgico de su tierra natal. ¿Federación Rusa?, ¿rumano?, ¿búlgaro?, ¿húngaro? ... No tengo ni idea. Lo que sí, es que es gitano hasta las trancas. Un padrazo en tierra extraña que me mira bien ...

Tengo para mí que este hombre es muy bueno aunque caído en el suelo y le hayan quitado sus trabajos tradicionales. Los del neoliberalismo y los del socialismo. Todos. Y creo que es bueno porque tiene cara de protector tradicional. Como jefe de clan. Como si fuera un pacificador o un mediador de conflictos de sus leyes. Sabio.

Porque su mirada parece comprender muchísimo. Él sabe cuando estoy jodido. Y cuando me ve cara de fastidiado, entonces el calé deja de sonreír y su rostro se contrae y se vuelve tímido. Sabe apreciar y aprehender el dolor. Lo intuye. Y nunca nunca, toca los cojones. ¡Jamás! Por eso decía que me gustan esos modales eslavos o rusotes. Educado y oportuno. Sabedor astuto y lógico de su posicionar ante los otros en su vida cotidiana.

No parece visceral. Nunca apremia. Contrae interiormente su dolor. Nunca pide nada a nadie de los que vamos al súper. La gente no le tira monedas, porque le ven calé en seguida por ese sombrero que se ve que no se quita casi ni para dormir. Ese sombrero parece su estandarte de su raza bien diferente e incomprendida. Me apasionaría conocer su historia. Ha de ser un filón. A lo mejor no un best seller comercialote, pero sociológicamente seguro que es apasionante.

Y si los ojos bonancibles y naturales me permiten elucubrar, le imagino presidiendo laboriosamente una familia, hablando con su mujer, adorando a sus hijos y como un loco con sus nietos. Un abuelo, con toda la carga de familia que eso conlleva.

No le tiro un euro porque es muy listo. Cuando me mira, el viejo aparente me examina. Y no quiero que descubra que tras mi generosidad se esconde justicia social. Y que no me da la gana que me mire así, porque yo, orgulloso, quiero marcar distancia social y localista.

Seguro que en algún momento el gitano echará las cartas y sabrá demasiado de mí, y se interesará por mi personalidad, y comería conmigo, y pronto estallaríamos en carcajadas cómplices.

Y yo le asaetaría a preguntas para desmenuzar su plena identidad. Y sus silencios astutos que me costaría tal empresa. Yo, seguro que dejaría de ser un fortote y orgulloso mocetón blanco para entrar en su carro, en su chabola, en su poblado o en su chiringuito.

Y convencido estoy de que no habría nada traumático en ello. Y seríamos amigos. Y me explicaría por qué está ahí de mendigo. Y yo le confiaría por qué a veces me pongo tenso. Y él seguiría quedando en silencio.

-Y SIN DEJAR DE SONREIRME CON SU MIRADA-
 

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