domingo, 28 de marzo de 2021

- VIRUS, HORA PUNTA. -



Valencia. Nueve y media de la mañana. El metro. Estación Ángel Guimerá. Céntrica y estratégica estación del sub urbano. Andenes abarrotados. Gente joven camino de las universidades. Latin@s hacia sus cometidos de cuidados para nuestros mayores y casas. Varios chicos ataviados con el peto que pone Covid-19.

Llega el convoy. La gente se hace tímidamente a un lado para que se apeen los que llegan. Los tiempos de paso de los trenes son demasiado holgados. Y los horarios, muy uniformes. De espacio, poco se ha hecho.

Me llama la atención de la foto fija o estampa. Los universitarios y los de cuidados clavan sus ojos en los respectivos móviles. Previamente, han acaparado los asientos sin dejar ninguna silla vacía de seguridad. A los trabajadores les espera una dura jornada, y no se lo piensan. Los jóvenes estudiantes ha mucho que han tomado su decisión. Puestos a ir en masa, mejor sentados. Es la vida. Somos muchos y tal.

A los jóvenes les noto confiados. Les siento que no temen nada especialmente. Van a sus centros de estudio porque es lo que han de hacer. Guardan estricto silencio. Eso, sí. Pero normalizan su sentarse y son competitivos en exceso y casi sin saberlo.

Me llama la atención cómo cada uno de ellos trata de defenderse y de buscarse la vida. Una chica lleva a la vista enganchada a su coqueta mochila una botella de gel desinfectante. No se fía aquí mucho la gente del desinfectante común o social. Del que es para todos. Pensarán que eso es seguro y que lo ha tocado demasiada gente, y fijo alguien que tiene el virus. De esa fuente no se bebe el agua.

Se saben las paradas de memoria. Es todo el año yendo a currar y a estudiar a la misma hora. Les veo con sueño. Unos porque creo que acumulan cansancio del día anterior, y otros porque se han quedado demasiado tarde a ver su serie de Netflix.

Es igual. Es gente joven y fuerte. Además, los chicos estudiantes y las cuidadoras, tienen rictus bajo y un tanto penoso. Demasiado tiempo sin juerga o fiesta nocturna, y eso quema y condiciona bastante. Y el gentío del metro quizás les evoque el interior de una superdisco, ahora sola y silenciosa. Y los latinos echan de menos sus fiestas ruidosas y culturales, que aprovechan para sentir que además de cuidar ancianos existe su momento sacro para sus danzas y divertimento.

Voy a Bétera. Por mi voluntariado que practico. El trayecto se vuelve largo, porque además el estar todos ahí adentro y sin remedio, convierte los minutos en sensaciones menos rápidas de tránsito temporal. Los pocos más mayores que vamos ahí, miramos la escena con ojos de película de catástrofes disimulando. Evidentemente, acojonados. Si nos ven física y razonablemente bien, nunca nos cederán sus asientos. Si aparece alguien viejete con evidentes dificultades físicas, pueden desvivirse por acomodarle en los asientos. No sé qué es peor que suceda.

A todo el mundo veo tenso aquí. Chatean y watsapean. Quieren relajarse y desconectar de lo inmediato. Y les noto la sensación de que esto del virus no va con ellos, y si hay mala suerte y te contagias, entonces ellos lo achacan a la situación pandémica. Les veo con cara de resignación hacia sus destinos. Pero me malicio que quieren venganza y compensación.

En realidad, en lo que piensan es en divertirse y reírse a carcajada batiente, y a esperar que suene la música, y que llegue la tarde para despegar sus bodys en los gimnasios o en el deporte en las grandes Avenidas o en el lecho seco del cauce del Turia. O lanzarse a las tiendas de las grandes superficies y abarrotar la calle de Colón y adyacentes.

Creo que les jode todo este ritual cotidiano de la obligación. Para los estudiantes en especial. Su mundo se detuvo en Marzo de 2020. Tienen que hacer otra actitud y otra posición. Tensar sus deseos. Es como si una mierda cósmica les prohibiera plenamente crecer, divertirse y ser libres. Pero seguro que más pronto que tarde se vengarán de este castigo impuesto.

-BAJO SU SERIEDAD ESTÁ LA PLAYA-
 

0 comentarios:

Publicar un comentario