miércoles, 17 de marzo de 2021

- DESCUBRIMIENTOS INTERIORES. -



Desde el cariño siempre, y con su recuerdo todavía vivo e inasumido, ocurre que el pasado me llega desde las piernas a la cabeza y viceversa.

Hace muy poco que enterramos a mi mejor amigo de toda mi vida, como fue Miguel. Su recuerdo sigue hirviendo, y casi hasta calientes sus restos. Un día de estos quiero ir a verle al cementerio yo solo. Cuando nadie lo sepa ni me vea. Porque a veces el pasado puede ser el presente que se queda cojo de cariño.

Otro gran amigo de Miguel, tuvo la idea de hacer una especie de grupo de watsap póstumo de homenaje a su figura, y en el cual solo estamos los amigos más amigos. Los amigos más cercanos a él, y entre nosotros mismos.

Y ahí, al otro lado de mi nombre o nik, hay otro componente que también chatea aunque su nombre no aparezca. Que es otro yo mismo, y descubriendo sensaciones que no tienen que ver con las batallitas de la mili que nos contamos. Ese yo del que hablo, me emociona a mí mismo aunque sea la misma persona. Porque mis amigos tienen mucha más memoria que yo, y recuerdan sucederes que parecen inéditos e insólitos, pero que luego me voy dando cuenta de que existieron. El cariño a Miguel me trae aires de otro tiempo, de otros colores, de mil aventuras, y de mil ángulos siempre emocionantes. Eternos ...

Hablamos sobre todo, de fútbol. De cuando todos los sábados de los años finales de los setenta y principios de los ochenta, sentíamos el deseo de vernos ahí en el todavía no ajardinado Jardín del río Turia de mi Valencia, y de ponernos a jugar al fútbol hasta caernos de culo. Raramente de cansancio.

La perspectiva que da el tiempo, es apasionante. Y la vida dramática de mi amigo Miguel, parecía pasar desapercibida. Pero más allá de darle al balón y de marcar y evitar goles, había una necesidad imparable entre todos de ser felices, ganáramos o perdiésemos esos partidillos sin uniforme ni club. O con el club potente de una amistad real.

No veías nada dramático ni especialmente peor, en aquellas obligadas fechas de la indefinición y de la adolescencia. Queríamos y nos transformábamos en fans de los chicos habituales, y los chavales nos hacíamos amigos. De verdad, bien pocos. Porque mi único amigo verdadero y con el que nunca perdí el contacto, fue Miguel. Y yo, evidentemente, aún no era el amigo de mí mismo que debía estar siendo.

El actual grupo de watsap resulta precioso y duro a un tiempo. Porque saca a Miguel del puto ictus de sus últimos tiempos, y las fotos saben a chico fuerte, a futbolista, y a algunas chiribitas en sus ojos de ilusiones. Estaba empezando a impostar la figura tranquila de un padrazo, o de un hermano mayor para mí y para los cercanos. Cosa que nunca podía ser, pero tened en cuenta que trato de poner los pies en muchos años atrás, y si lo haces, puedes encontrarte con cosas que hoy en día no se sospecharían.

¡Cuánto tiempo interior hay ahí! En esas fotos de color amarillo verdoso como la camiseta de Miguel o sus pantalones azules, o aquella bolsa de deporte que solo la desechaba cuando pasados algunos años se le rompía y ya no tenía más remedio que comprarse otra. Y no era por falta de money ...

Mis amigos y yo, nos decimos unas cosas tremendas. Mi eterno cariño que le tendré siempre a Miguel, se ve reflejado entre mil anécdotas compartidas y vividas. Aunque a veces puedan parecer olvidadas o sorprendentes, aquello fue vivido y más que vivido.

Que si aquel guapo chaval que se trastornó cuando su novia le dejó, que cuando uno de los amigos se rompió el menisco y aún no precisa operación décadas después y si la precisa no le molesta nada para caminar, que si algunos niños eran tan jóvenes como unos nenes, o si uno de ellos era testigo de Jehová, otro el maestro que jugaba dirigiendo al equipo aunque tuviese menos físico, que si había un juguete roto al que apodábamos "el míster" y que nos decía todos los Septiembres que este año íbamos a ser un equipazo, o mil millones de sentires que se disparan al lado de las anécdotas o de los relatos.

No. No quiero que se me escape la idea. A Miguel le quise porque amaba el fútbol y por nuestras circunstancias. Fotos como dije, de color amarillo brasil de los 70, estampas que no tenían la nitidez de las actuales pero sí la gran magia especial de la ternura. Hay un amigo que sigue igual de flaco y de en forma que antes, y la foto demuestra en aquel tiempo que era una muchacho con una condición física incansable, y sobre todo, fiel a nuestra cita sabatina.

Lo mejor de las anécdotas no solo es que las compartamos y bien vividas, sino que las supera el cariño hacia nuestro/mi amigo Miguel. También tengo yo mis batallitas de la mili de aquel tiempo en el río seco. Por ejemplo, cuando en cierta ocasión y viniendo de jugar un partido y una cita amical en la playa y de vuelta a casa a bordo de la furgoneta de un amigo, Miguel golpeó mi nunca con ternura pero también con tanta potencia que mis lentes salieron disparadas por una de las ventanillas de la furgoneta y en plena Avenida del Puerto. Mi cara pasó de la risa a la desolación o el enfado en décimas de segundo, lo cual provocó que otro de los amigos no pudiese evitar reír a carcajadas, y ésto hizo que Miguel reparara en lo sucedido y entonces mandó gritando al amigo que conducía la furgoneta que parara y ¡ya! ...

Yo, debí dar por perdido mentalmente el tema, y me cambió el rostro. Pero mis amigos no sé qué coño hicieron para hacerse a un lado y estacionar ilegalmente el vehículo, saltar a toda carrera y velocidad, andar cientos de metros busca que te busca, y plás, de repente volvieron a la furgoneta con mis gafas intactas. Seguramente, estaban vivas de milagro en la misma calzada de dos direcciones que entonces tenía dicha kilométrica Avenida del Puerto. ¿Es eso lo más importante? ... ¡No! Lo más importante, fue que Miguel pegó un grito y logró solucionar el desaguisado. Aunque lo más destacado aún, es que se hizo la magia y se me pasó el disgusto. Eran todos maravillosos, y por supuesto que en mi casa nunca nadie supo nada. Si llego a contarlo, la bronca que me hubiese echado mi madre hubiera sido de aúpa. Es decir, que yo empezaba, aunque torpemente, a llenar mi zurrón personal de amistad mucho más allá de los asuntos familiares y cotidianos.

El manotazo de Miguel fue perfecto. Tuvo fuerza, vida y the end feliz. Y estoy seguro de que si no se hubieran encontrado las gafas, Miguel hubiese querido pagarme el importe total de unas nuevas. Podéis creerme. La amistad es mucho más grande que el dinero. Y no digamos en aquellos aparentemente maravillosos años. Por cierto que yo me pasé muchos años jugando al fútbol con gafas, y por tanto con algunos incidentes de balonazos que aunque no llegaron a impactarme de plano, me doy cuenta de que expuse hasta bien demasiado. Pero siempre te das cuenta después ... Hubo un pequeño período de lentillas y fue casi peor ...

El otro día metieron una foto, la cual tenía todas las trazas de ser yo. Debía tener unos treinta años y hacía marathón con los fundadores y pioneros de la Sociedad Deportiva Correcaminos de mi Valencia.

Me sorprendió ese alter ego. Ese yo que tampoco soy yo el de ahora, porque entre otras cosas llevo años esperando una intervención de prótesis en la rodilla para sí poder cuando pase el Covid, poder caminar como las personas.

Me di cuenta de que mi sonrisa era bonita cuando yo me sentía a gusto,-que no era siempre ni mucho menos-, que estaba muy delgado y fino como buen fondista y con mi cinta de pelo habitual, y que tenía buenos músculos en unas piernas delgadas y fibrosas. Con ese cuerpo, podía hacer mucho físicamente. Eso explica que en las tardes de primavera y verano, a veces lanzaba el balón largo en autopase, porque sabía que con mi ritmo de corredor de fondo podría sobrepasar a cualquiera de mis amigos, dado que ellos no hacían marathón. Es lo de menos.

Cuando vi esa foto, la guardé rápido. Quise recuperar la belleza y la juventud mía dinámica de ese tiempo tierno e inolvidable. Yo, había sido atleta popular, y esa foto valía un potosí. No sé quién demonios me la hizo aunque lo sospeche. Es lo de menos. Habían fotografiado los míos a un chaval que lleva mi nombre y mis apellidos. Rememorar aquello, está bien. Me sentí rejuvenecido y reivindicado por mí mismo. Y es que a veces el puto paso del tiempo esconde magias que parece que nunca podrían haber ocurrido.

Hace nada que enterramos a Miguel. Aún no me lo creo. Aún no asumo que no le veré más, ni que ya no me quedaré hablando con él hasta la una de la madrugada y de que el destino quería hasta que riñésemos, aunque a los dos o tres días ya éramos los mismos amigos que siempre.

El día del entierro, el chistoso amigo Pepe de Turís, me contó una anécdota que acaeció cuando su padre pegó el bajón, empezó a decir cosas inconexas, y hubo que torear al desconcierto y al dolor, como a mí también me sucedió.

Este tranquilo y valenciano a mil amigo común, me refirió que decía su padre senecto que no comería si estaba él y su familia mirándole. Y que si se alejaban y le dejaban tranquilo, entonces el anciano prometía comérselo todo. Lo que pasa es que al cabo del rato y cuando la familia entró a comprobar si el viejo había cumplido su promesa, nada de éso. No había comido nada. Y mientras con firmeza ya le apremiaban para que comiera y tal, se dieron cuenta de algo que dicho padre de mi amigo trataba de comunicarles y que tenía que ver con los locutores de la la televisión que estaba en su cuarto. Y el anciano dijo: "Pero, ¿cómo voy a comer si están esos ahí que no paran? ¡Así no se puede comer, joder! ..." Sí. Y fue apagar la tele, y el hombre se lo comió todo.

No es bueno que me riese a carcajadas viniendo de un entierro. Del entierro de mi mejor amigo de toda mi vida. O, ¿sí? ... ¡Claro que sí! Porque lo que había generado que este amigo tuviese el deseo de llevarme con su auto hasta la misma puerta de mi casa, no era otra cosa que esa potente amistad que surgió del afecto común hacia nuestro/mi amigo Miguel. Y venía a ser todo como entonces. La amistad entre los más cercanos nunca tuvo hipocresía. Éramos así, y punto pelota.

Es lo más bonito de esas emociones y sucederes que rememoramos en el homenaje a mi mejor amigo de toda mi vida: amistad, amistad y más amistad. Y yo me siento mucho más amigo de mí mismo. Y esa es la mejor de las noticias. La amistad me ayudó todo a crecer. Y lo ha de seguir haciendo.

-LA AUTOESTIMA TAMBIÉN ES AMISTAD-


 

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