viernes, 19 de febrero de 2021

- ARANCHA S. VICARIO. -



Desmejorada. Así la vi el otro día en la tele. Yo recuerdo que no me gustaba cómo jugaba al tenis Arancha Sánchez Vicario. Y en aquellos momentos yo tampoco me gustaba a mí mismo. Y entonces me sentaba a ver la televisión, y lo que veía eran muñequitas. Una era la genial Nadia Comaneci. Niña y asombrosa. La mejor gimnasta. Una galáctica histórica a la que trata de seguir hoy la estadounidense Simone Biles.

Vuelvo a Arancha y a mi televisión. Arancha era una niña. Seria y decidida. Parecía imposible que abordara a las enormes ases de su época, como a la genial Steffi Graff. Y yo la miraba con la ilusión de que era española, niña prodigio, y quién sabe si lo lograría. Y yo me admiraba ver que por lo menos aquella niña tenía resistencia y no se cansaba nunca. Poseía un motor prodigioso. Muy bajita, pero luchadora y tenaz.

Yo por entonces no sabía que le estaban robando la niñez. Y que no hacía otra cosa que jugar al tenis y muy poca vida social. Y menos mal que le gustaba jugar al tenis. Dicen que le encantaba su deporte. Y parece que se refugiaba en el tenis para sentirse algo.

Tuvo demasiada presión militar y disciplina espartana. La apartaron de los demás y ella se apartó casi inconscientemente del mundo. Y Arancha se exigía tanto del tenis, que recuerdo sus tremendos enfados cuando perdía. No se permitía concesiones. Ella estaba allí para ganar. La muñequita tenía genio. Y en un potente Rolland Garros triunfó y explotó en lo deportivo. En su tenis. Se cepilló a la colosal alemana Graff. Triunfó y levantó a todos los españoles de los asientos. Y ganó dos Garros más, y dos Open Usa. Y muchos más torneos. Y fue finalista en Wimbledon. Y toda una ídola de mi adolescencia y juventud. Hasta ahí todo bonito. Lo que pasa es que la infancia le marca muy bien a la vida de futuro, y comenzó a soltarle pashings y emociones e impactos no deseables.

Recuerdo la cara de su madre. Dura expresión. Un tanto fría y distante. Y al parecer chocaron dos trenes. La madre y la hija.

Porque Arancha se sintió muy herida y se puso el mundo por montera. Le llegó el declive físico de la alta competición, y comenzó a llorar por la calle de en medio. Y se dejó llevar hacia adelante y sin barreras éticas. Quería volver atrás y devolverse el tiempo perdido. Y decidió que, ¡hasta aquí! ...

Errores consigo misma, con sus chicos, con sus padres, con su familia y con los dineros. Aquella muñequita mágica perdía mi soñada sonrisa. Estaba de mala leche, de uñas con todos, extraviada, y demasiado mal aterrizada en el tiempo real. Fue madre, fue esposa, y trató de serlo todo.

Pero el otro día, no la vi bien. No parece Arancha. Dice que solo vive por y para sus hijos. Hacienda la ha apretado, y la sombra penal es alargada.

Su relación con sus hermanos, no existe. Y me apena verla sin rastro de aquella chica muñeca brillante y ganadora, admirada y triunfante.

No me gusta ver juguetes rotos o desordenados. Y me apena verla sin rastro de aquella chica eterna que nos enamoró. Y volver de nuevo a esa adolescencia mágica de expectación e idolatrías. Me hace daño verla tan insegura y fallona. Me gustaría ver de nuevo a Arancha rehaciendo su dolor y haciéndose piña familiar. Quizás porque yo nunca la tuve. Y en aquellos momentos, el ¡vamos! de Arancha era comparable a un hachazo de Perico en el Tour o en la Vuelta a España de abril. Prefiero pensar en lo positivo y ser optimista. Afortunadamente, Rafa Nadal nos protege a todos con su maestría dentro y fuera de las pistas. No va a los líos, sino a la plena realidad. Y en seguida me viene a la memoria su tío Toni, todo un personaje esencial para su persona y tenis. Y me gustaría que también pudiese ser el tío Toni de Arancha Sánchez Vicario.

-LA FAMILIA SIEMPRE EMPERO ES UN AZAR.-
 

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