domingo, 8 de noviembre de 2020

- SILENCIO OSCURO -



Nada se abre. Comienzan las primeras luces matutinas y solo es el silencio inmóvil. Silencio triste y gris. Luz que todavía parece condicionada por los grandes nubarrones que trae la borrasca. Quizás llueva. Y, quizás, el nuevo día nunca traiga nada especial.

Solo es silencio. No se escucha el ruido de nada. No hay ganas, ni deseos, y reina la absurdidad, y la oscuridad apaga las velas de la luz audaz, y el sol sigue velado, y dan ganas de la nada, y la gente parece ausente, indolente, negativa o estática.

Levantarse es una hazaña. La temperatura no es la mejor. El corazón carece de baterías de ilusión. Todo parece perdido. Todos duermen y la vida se antoja abrupta, fea y desagradable. Vivir es muy difícil. Pero a esas horas primas de la mañana, todavía más.

Y entonces los ojos se vuelven a cerrar. Porque hay un cansancio ante lo cotidiano y lo previsible. Y las aves aún no se atreven a salir de sus nidos. Y la penumbra gana todas las partidas y todas las ilusiones.

Se detiene todo lo que no empezó siquiera a moverse. Nada puede oírse. Ni sonidos gratos, ni extraños, ni desagradables. Porque el sonido da parto a la vida, pero entre ese silencio inicial desgarrado del alma, el sonido se descarta y sobra. Y solo vale el triste sinsentido.

Muevo mi cuerpo de un lado a otro. Como buscando la nada. Y rápidamente retorno a la quietud, y noto los latidos defensivos de mi corazón, y no pienso ni en nadie ni en tí.

Ni siquiera en mí. Sencillamente, no pienso. Y trato de sentir, pero me atribula la sensación de dolor y de inercia. Porque nada sucede. Porque nada salta de sorpresa, porque el todo y la nada parecen una misma cosa pequeña y absolutamente deseable. Y el sueño ya pasó, y se quedó el reposo y el descanso, pero en el sonido de la vida el tren siempre deberá arrancar decidido.

Mas si está el silencio oscuro, entonces se nota la ausencia. Las ausencias. Y no hay maquinista que pilote la nao, ni pasajeros llenando los vagones, ni un árbitro vigilando la seguridad, ni billetes, ni viaje, ni vía, ni sueños, ni aventuras ...

Poco demasiado. Demasiado poco. Yerto, derrotado, arriesgado, peligroso, maligno, embustero, sucio, oscuro, embarrado, sin sal ni chispa, sin audacias, reprimido, sin una gota de calor que convierta el silencio en amor, lesiones, agujeros, negatividades, más carencias, dificultades, imprevistos, problemas, mente negativa y su santidad el no.

El no a todo. A ser feliz, a intentarlo de nuevo, a jugar a la bonoloto por si se equivoca y sale, a esperar a ver ... El no silente y extraño por la mañana en la cama al despertar. Siempre el silencio y la lentitud. Y una luz demasiado escasa y nada influyente.

Mientras dura ese silencio oscuro, nunca está tu sonrisa, ni tus piernas depiladas en cruce fastuoso, ni tu palmada de amor en mi espalda, ni un conseguidor haciéndome todas las tareas cotidianas, ni un hada azul trayéndome el desayuno humeante o las magdalenas sabrosas y dulces. Porque la fantasía se niega a existir, y lo agradable es un engañabobos.

En silencio oscuro es catatonia y desnorte. Hechizo maldito, error tras error hacia el vacío inmóvil, unas imágenes en blanco y negro y repetidamente atrasadas que el viento alejó.

En silencio oscuro no existen las campanadas de la iglesia cercana a mi lar, ni tus manos que viven a cientos de kilómetros, y las distancias están capadas e inexistentes, y tus besos son un lloro de berrinche sin compasión.

El silencio oscuro es imbatible y vividor. Un monstruo que te devora y te lleva a su huerto y a su terreno. Y te convierte en marioneta siempre a su disposición. Y a sentirte impotente ante tal silencio.

Y entonces eres su esclavo y súbdito, sus minutos de la basura, su mosca muerta, su anécdota que no debe contar, su drama, su película de terror, su proseguir en la pereza ante la lluvia torrencial, la inacción hecha obediencia obligada e indebida. Y te conviertes en todo lo contrario de lo que realmente eres.

-SIN PODERLO EVITAR-
 

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