jueves, 16 de julio de 2020

¡POR FIN LIBRE!




Aguanté demasiado. Yo era boba del capirote. Una pánfila a merced de mis padres y hermanos. Con el tiempo me di cuenta de que era una mujer con unos enormes complejos y una gran inseguridad. Y el machismo, allá arriba y como un sol, se estaba riendo a carcajadas.
Mis padres se vinieron del pueblo a la gran ciudad. Yo creo que lo más bonito de mí, son mis ojos. Mi madre era cordobesa, y la belleza mora se hereda.
Sí. Ya digo. Una pánfila total. A merced de deseos e imposiciones. Fui un patito de juguete demasiado tiempo. Conocí a varios chicos, hasta que apareció Miguel. Oportuno su nombre. Era un ángel y un arcángel. Nos casamos. Tres hijos y una madre ejemplar fui. O, éso creía. Estando casada me decían piropos y yo me ruborizaba como ni siquiera hacen ya las adolescentes.
Pero por lo menos estaba Miguel. Era y es de Barcelona. Muchísima vida de mundo y de capital, empresario y jefe, y yo un complemento en su vida y sin saberlo. Como una coneja lo parí todo y dije sí a todo.
Tras demasiados años de inercia, me separé de Miguel. Todo aquello finalmente para mí se llamaba, subordinación, malos tratos físicos y psicológicos, palizas, relaciones en la cama a la fuerza, y toda la cosa terrible que tonta de mí, llegué bastante tarde a descubrir.
Cuando hace tres años conocí a Ricardo, aún no estaba recuperada de las heridas. Y por lo tanto se reprodujeron muchos de mis esquemas que ya había sufrido con Miguel. Yo, a Ricardo, le di muchas heridas abiertas y demasiadas pistas acerca de mis debilidades e inseguridades.
Pero un día, y esta vez, fui ahora yo quien le mandé a la mierda y al adiós. Me asusté y para bien, cuando mi psicóloga me dijo que esta relación podrá estar afectando a mi salud.
Al principio no hice mucho caso a la palabra salud, y perdoné a Ricardo en varias ocasiones. Pero empecé a tener miedo del bueno. Y comprobé que lo que me decía la profesional era más que realidad.
Y frené. Estoy demasiado cansada. Estoy cansada de los hombres. Y por una razón fácil de entender. Tengo sesenta años y creo que he desperdiciado en bobadas la mayor parte de mi vida.
He descubierto una cosa que se llama seguridad personal, a convivir decidida y acertadamente con mis heridas, y pienso que ahora me toca a mí. Es mi tiempo. Y no paro de agotar brillantemente ese tiempo en mi casa solita e independiente. He podido descubrirme a mí misma mi realidad. Me gustan muchísimas cosas. No paro. Hago senderismo, ceno con mi grupo de amigas, voy al gym solo para mí, no se me nota apenas el paso del tiempo, y sigo confiando en mis ojos grandes y bellos.
¡No! No planifico nada en especial. Ahora las horas y los tiempos me pertenecen plenamente. ¡Ya era hora! Y hago más cosas, y me pongo mi música relajante, y ya se me han muerto tres hermanos, pero ahora por eso me valoro bien esa vida efímera que todos tenemos que lidiar y que no deja de ser un azar personal.
No quiero una relación con un hombre, porque les conozco bien. Primero, todo serán piropos y lindezas, luego, audacias y deseos. Y finalmente ellos aspirarán a una convivencia que ya no deseo y a la que he dicho adiós.
Una no sabe lo que el futuro depara. Pero desde luego que no voy a perder el tiempo en especulaciones. Me gusta la velocidad en la que ahora estoy metida, porque quien pisa el acelerador soy yo. Necesito mi espacio, y recuperar muchas horas. Y yo sé que eso ningún varón me lo va a entender.
-PERO NO ME PREOCUPA-

0 comentarios:

Publicar un comentario