viernes, 17 de enero de 2020

- ¿QUÉ FUE DE SIDINHA?. -




El pelo rojizo y eterno en su terraza. El sol, en un efecto mágico, destacaba el embrujo de su magia. Era una conjunción estelar y siempre atractivamente misteriosa. Yo, miraba de soslayo el rebote del rayo del sol sobre su pelo, y Sidinha miraba al horizonte con pocas ganas de hablar. Y luego, el verme preocupado y expectante, pasaba a modo naturalidad y me hablaba de que las cosas de la vida son así, y que es mejor no darle demasiadas vueltas a los porqués.
Hace ya demasiado tiempo de todo con Sidinya. Porque ya es el pasado. Y en el fondo, una gran lección de vida personal. Y la castigo con esta semblanza, porque ella siempre me dijo que nunca contara nada de ella en este medio. Me atrevo a desobedecerla, porque ya es el atrás. Porque ya fue. Porque ya se ha ido. Porque la vida pasa página y abofetea todas las distancias y los consensos, haciéndolos añicos.
La conocí de casualidad. Y también de sorpresa congeniamos o algo así, y me repitió hasta la saciedad que su tiempo de hombres ya había llegado a su final, y que no lo intentara y esas cosas ...
Pero la contradictoria Sidinya me tenía enganchado al Skype todas las noches y los findes hasta las tantas de mi imberbe crecer. Su alejamiento parecía coincidir con un deseo de conocerme en persona. Hasta que un día me dijo que iba a coger un tren y a venir a mi tierra para verme.
Me sentí, entre asustado y halagado. Fue todo un regalo de Reyes inesperadamente vital. Porque Sidinha era emociones en acción y amargura blindada de su pasado. Y me decía que sus hombres habían sido unos cabrones, y que un día se quedó más que hechizada contemplando las brasileiras cataratas de Iguazú. No quería volver a España ...
Sidinya era una atleta impresionante, y una chica pija pero audaz, más que moderna y profundamente vivida. Decoraba su casa y su vida desde la transgresión inocente y paleta, y sabiendo mucho más que los ratones colorados.
¿Verla en persona? ¡Sí! Claro que la vi en persona. Y era casi vikinga, nunca guapa pero siempre atractiva, elástica, eterna, juerguista, laboriosa, serena y potente. Una máquina de vivir, la cual se encontró en mi con una gran sorpresa. Nunca fui quien creyó, y nunca jamás llegó a encontrarme del todo. Hasta que al final, o en medio de las sorpresas y de la transición del mutuo conocimiento, Sidinha dio con una de las claves. Yo no era de su mundo, de su estilo, de su atractivo potente; de su modo de ser.
Mientras tanto, ella juguetéo y la amistad continuó algunos años y llegó a fortalecerse. me dejaba pernoctar en su casa para que me ahorrara la estancia del hotel, y siempre me llenaba de regalos. A su estilo, a su manera y a su generosidad.
A Sidinha lo que le gusta es el vivir. Vivir y laborar, mostrar sus garras, profesar su catalanidad hasta las trancas, humanidad y acción. Yo, soñaba mucho. Intentaba romper distancias imposibles, pero salía bien satisfecho y convencido de las experiencias de los amables y puros encuentros.
Mas la vida es un misterio y una lección de verdad. Sidinya es orgullo. Y no quiere jamás que la vean vulnerable. Y le sobrevino una enfermedad degenerativa, y comenzó a torcer el gesto y a llorar a mares y con deferencia. Porque solo parecía llorarme a mi. Yo, la escuchaba embobado, pionero y triste, y dándole todos los ánimos. La idea era la risa. Pero, finalmente, todo fue una risa imposible y sin gracia ...
Sidinya pasó de contármelo todo, a no contarme nada. Tengo en mi casa unos cuadros que me regaló pariéndolos desde sus manos abstractas, y en su casa todavía deben pervivir quizás, modestos elefantitos de la prosperidad que yo le entregué. Porque todo fue derivando por su parte a calculadora cortesía. Desde su casa se ve el tren, y desde su terraza ella podía verme  en el interior de los vagones. En el o los últimos encuentros, ya no se asomó para con su mano hacerme una despedida coqueta y cómplice. Yo, ya no era tanto para ella.
Porque aquellos años nunca serán los de ahora. Porque el futuro es mucho más veloz que cualquier cosa que queda rezagada en el sueño y en el deseo que se desvanece. Sidinya solo ha sido un maravilloso chasco para mí. Porque hay gente que desea decirte adiós a la francesa y sin levantar comentarios ni recuerdos.
La llamaba y no cogía el teléfono, los encuentros se fueron espaciando de forma paulatina, se volcó sobre sus nietos y sobre otras cosas, su pierna comenzó a hablarla seriamente de que su arterioesclerosis avanzaba, su coquetería le pedía una huída a tiempo, y mi ser comenzó a sonarle a silencio vacío. Yo. Yo era solo un vago recuerdo o un calendario antiguo a desechar. Otros quehaceres y prioridades habrán ocupado ahora su vida. 
-Y YO NUNCA LA TENDRÉ RENCOR-

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