sábado, 25 de enero de 2020

- LA SONRISA DE PEPE -




Le voy a recordar siempre porque es un trocito de mi vida. Y porque Pepe siempre me recibía con una sonrisa. Y nunca cambió el gesto ni lo torció. Pepe me tuvo sentimiento del valor de mi acto voluntario que soy, de una conocida organización.
La soledad. Ese es el objetivo para paliarla centrándonos en la que padecen las personas mayores. Pepe no estaba tan solo como se creía, pero casi todas sus sensaciones eran desfavorables.
Pepe era y siempre fue orgulloso. De familia bien, se codeó con los componentes de la burguesía valenciana y tenía muchos amigos de aquel Valencia Club de Fútbol de los cincuenta y sesenta. Él también era burgués. Nieto y padre de gestores. Un tremendo culo inquieto que quiso saborear todo lo posible el manjar de placer que la vida puede ofrecer.
Pepe era un memorión que gracias a su trabajo, se conocía todas las calles y carreteras de mi ciudad en la que pudo ser muy feliz. De todo fue. Fallero, emprendedor, festero, amante de las mujeres y de los coches, valenciano a mil, humanote, encantador con los que le caían bien y látigo con los que se le oponían. Todo un personaje al que atrapó con equivocadas ideas el cambio revolucionario de esta nueva sociedad actual de hoy, la cual bien poco se parece a aquella en la que él pudo ser feliz y reírse además de sonreír, a mandíbula batiente.
Pepe era así. Tenías que aceptarlo como era. Porque él no estaba en absoluto dispuesto a modificar sus esquemas mentales. Tenía claro que los humanos somos como somos, y que con nosotros poco va a poderse hacer. Y esa rigidez, le hizo mucho daño.
¡Puto glaucoma! Lo que le faltaba a Pepe. Porque nacer ciego ha de ser una cosa, e ir quedándose paulatinamente sin visión, otra. Porque cuando ya no ves, puede empezar a pasarte que sean lo mismo las tres de la tarde que las cinco de la madrugada.
Pepe era muy comedido y astuto. Hombre de mundo. Pero me contaba cosas. Que, ¡amaba Denia! Sus orígenes estaban allí. Y cuando ese pueblo costero salía de su voz, su rostro se iluminaba y se ponía de otro modo extremadamente feliz y positivo.
Y me hablaba de las barrabasadas que hizo con sus amigos de Denia, y que se lanzaban con un velero a mar abierta hasta alcanzar las costas de Ibiza. Y ese transcurrir del viaje entre risas y fiestas, define bien su tipo de ocio y su clímax de atracción y felicidad.
Pepe hacía de tripas, corazón. Era de querer siempre a su mujer aunque se le separara, de proteger a sus hijos, un tanto contradictorio y nuevamente valenciano.Un señor importante con sombrero coqueto era Pepe. Me decía que esto no iba bien, y que la vida pues tal, pero que sin ver todo perdía el encanto. Que le hubiera gustado seguir viajando aunque no fuera ahora a bordo de sus flamantes coches, pero que viajar para no ver nada era para él lo más parecido a perder el dinero.
Era valencianohablante, y sonreía de cuna cuando me escuchaba a mí hablar mi lengua vernácula. Y nos íbamos todos los miércoles por la tarde a un restaurante próximo en el barrio de Ruzafa en el que vivía, y nos poníamos a hablar mientras me invitaba y nos zampábamos unas horchatas con fartons, o en invierno unos tortells,-que son unos pasteles de cabello de ángel-, y los acompañábamos durante unas dos horas con cualquier infusión. Y yo le provocaba todo lo que podía para tratar en vano de sacarle de su definitiva negatividad. A Pepe le gustaban las ostras, la gamba de su Denia, y todo el pescado. El pescado y la carne. Sin distinciones. Y me decía que cuando llegara a casa iba a prepararse unas comidas que se iba a caer de culo.
Pepe era un exceso. Siempre fue excesivo para todo. Quería seguir siendo lo importante que fue, me decía que la chica que le ayudaba en casa le cambiaba las cosas de sitio y al no encontrarlas cogía un cabreo fenomenal. Porque contrató a otra chica y todo seguía igual.
Como buen valenciano de pura cepa, a Pepe le apasionaban las mujeres. Y a veces alguna de ellas le acompañaba y se iban por ahí. Él se sentía más que insatisfecho. 
Nos ha dejado en un mes. Se puso malo y en poco se ha ido casi sin hacer ruido. Me dijo que no quería que nadie le viese vulnerable. Y se fue.
¡QUE ENCUENTRES DENIA EN TU DESCANSO, PEPE!

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