Robert Mavericks era un modesto montañero, cuyo mayor logro era el haber podido escalar algún que otro pico pirenáico y poco más. Pero un día puso la tele y contempló fascinado otras montañas imposibles. Cuánta épica y belleza...
Robert se dijo a sí mismo, que si otras personas habían sido y eran capaces de sumar y alacanzar todas las alturas mayores del mundo,¿por qué no él igualmente el poder lograrlo?...
Al principio no tenía mucha confianza, y solo eran deseos. Pero poco a poco, Mavericks, se sorprendió a sí mismo con su capacidad para el progreso y la mejora. Lo conseguía.
Logró coronar las cumbres africanas y andinas, y algunos meses más tarde, Robert decidió que iba a atacar todos los Himalayas que se le pusieran por delante. De modo que siguió y siguió entrenándose y curtiéndose, convirtiendo poco a poco a su cuerpo en una máquina de granito y agilidad, imparables...
Y con una convicción eufórica y majestuosa a un tiempo, comenzó a hacerse con el K-2, con el Annapurna, y por supuesto y finalmente, con el Everest.
Mientras ascendía con potencia el Everest, Robert Mavericks decidió coronar sin oxígeno. Y cuando le faltaba un kilómetro para hacer cumbre, se quitó la escafandra, y siguió hacia arriba y hacia ariba. La cosa era seguir subiendo. Continuar como hechizado hacia el mágico objetivo. A pesar de la escasez de oxígeno, del tremendo frío, y de las condiciones climatológicas extremas, Robert logró coronar el Everest.
Al llegar a dicha cumbre, una fuerza extraña invadió a Mavericks. Y siguió deseando subir más arriba. Pareció como si oyese cantos angelicales o celestiales, o trompetas de desesfuerzo excitantes y sugerentes, y Mavericks comenzó a levitar camino del cielo deseoso.Seguía subiendo. Primero, nueve mil metros. Después, once mil. Así, hasta alcanzar los 11.882 metros.
En ese punto de altitud, Robert comenzó a notar que le fallaban las fuerzas. Y lo malo era que no solo no podía seguir subiendo, sino que estaba nada menos que a unos tres mil metros de poder bajar y hacer pie. ¡En el aire!...
El desfallecimiento era tan integral en Robert, que no lograba saber si descansaría y tomaría nuevo resuello si decidía seguir ascendiendo, o si por el contrario decidía bajar a la altura del mítico Everest, si es que esta misma posibilidad era posible. El cansancio acechaba, y Robert decidió finalmente la decisión de dejar de pensar en nada ni en nadie. Y que fuese el destino quien decidiese a las suertes su exacto lugar.
- ¿QUIZÁS UN MANICOMIO? -
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