miércoles, 3 de diciembre de 2014

- ALBERTO NO ES ALBERTO -



Alberto, el cuidador de mi madre, ha descubierto desagradable su auténtica realidad. Está decepcionado con el tiempo de sí mismo. Cabreado, sin ganas de escuchar, violento, tenso y profundamente descreído.
A Alberto no puede agradarle su realidad ni las nebulosas en sus sueños. Alberto fue niño gran parte de su vida y nunca podía imaginar que le pasara todo lo que le está pasando. Él imaginaba unos tiempos más comprensibles y bonancibles, de mejor suerte y éxito, de menos dureza y de más compasión.
Alberto ahora no es Alberto. No es alegría, ni cachondeo, ni estruendo. Alberto está comedido, temeroso, sintiéndose injusto, sabiéndole mal el envejecer, agriándosele el semblante, distanciándose defensivamente, y enrabietado porque  llora su ser y quiere hacerse el duro.
Alberto era ganas de cosas. Siempre ha sido ganas de cosas y de vitalidad, de no tomarse demasiado en serio nada, de juguetear desde su lastimera infancia, de ir de aquí para allá aunque no supiese bien el destino, de no cuidarse, y de que el viento y lo que fuera se llevase sus penas. Siempre se sentía joven y posible.
Yo no me atrevo a decir que Alberto ha cambiado, porque nunca he de creer en sentencias o en firmezas definitivas. Sigue siendo obediente y servicial, pero le supera el dolor. Quiere tener una casa para sí mismo y ve que eso nunca podrá ser esperable. Tendrá que compartir un piso con gente que no conocerá y eso le saca de sus casillas porque teme que nunca podrá ser libre del todo. Y el vulnerable y bueno de Alberto tiene como máxima necesaria esa idea de su libertad.
Está enfadado. Muy enfadado. La paga que ha solicitado no le llega. Gracias al trabajo de cuidador va trampeando para comer y para que no le falte un techo en donde guarecerse y una cama para descansar. Le duele el alma y a mí me hace sufrir porque me gustaría verle como antes aunque fuese un poquito más irresponsable y todo.
Mi madre me lo ha dicho y yo se lo he visto. No se puede hablar apenas con Alberto. Se ha vuelto serio y casi trascendente con todo, y sé que si yo le doy puerta perderá los nervios y acabará mal.
Por éso, yo le digo a mamá que le tenga paciencia, porque Alberto lo que tiene es mucho miedo. Que tenga calma y que ya se le pasará.
Sí. Si le digo a Alberto que ya está bien y que vuelva a sonreír, entonces podría levantar su niño interior herido la voz. Y si me pongo a la altura de su violencia por frustración, me conozco y sé que le diré cuatro cosas de las que luego siempre me arrepentiré.
Muy mal si le digo algo y caigo en su trampa triste y oscura. Porque Alberto es frágil y no tiene fuerza y si le fallo yo, entonces adiós. Alberto no podrá rehacerse del semisuelo en donde se tiene que hallar por su penosa trayectoria vital. No tuvo afecto infante.
Alberto sigue teniendo el buen corazón que siempre ha tenido. A pesar de toda su rareza actual, Alberto es de luz y positividad. He de seguir dándole mil oportunidades y teniéndole la paciencia suficiente y generosa para que no se derrumbe y haga el error.
Merece mi paciencia y que me haga el sueco. Necesita esa generosidad. Que haga ver que no le veo o comprendo, que todo esté más o menos bien, que cambie el viento, y que logre Alberto alguno de sus pequeños retos.
-HACER LAS PACES CON TODO-

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