Hermosa liga de mujer. Entrañable, pícara, noble y humana. Liga de puntilla y sexy, que guardo con ilusión en uno de los cajones de mi mesita de noche. Estoy muy orgulloso de esa liga de rojo color.
Porque he crecido. He logrado dejar las fantasías, y acercarme al apasionante mundo de las mujeres personas. Sí. Digo de las mujeres personas y nunca de esa pasión enfermiza y extraña que parece que alude al sexo y a la tenebrosa superficialidad inane.
El otro día, en el transcurso de una cena, una mujer se quitó una de sus ligas que sostenían sus medias, y se la puso en la cabeza jugueteándola entre su pelo. Me miró con picardía, y yo la sonreí. Me acerqué a ella y puse ante el asombro y la aceptación de todos los demás amigos de la cena mi mano sobre su cabeza, y recogí la liga pizpireta y potentemente femenina. Ella no dijo que no y me la ofreció en un gesto en extremo humano.
Complicidad. Esa persona amable y cómplice, se había divertido mucho en esa cena. Yo, modestamente, había contribuído a animar dicha reunión social, cuando casi de repente y tras haberme puesto un luminoso gorrito de Papá Nöel, lancé mi camisa por los aires.
Lo habíamos hablado previamente todo, medio en serio y medio en broma. La fiesta debía concretarse. Tomar sal. Y para ello no todo iban a ser palabras y más palabras, escritos, y cosas que el viento se terminase llevando.
Mas siempre hay un trecho para la decisión. Atreverse a cosas así, entre decenas de personas, implica convicción y atrevimiento. Y también valentía y sorpresa. De modo que lancé mi camisa a volar por los aires con el único propósito de que el hielo se rompiera y la timidez quedara desnuda.
Cayó mi camisa cerca de la cabeza de alguien, y otro alguien la recogió, y otra alguien la escondió, y otro la sacó y fue a caer sobre uno de los platos de la mesa, y ahora voy a ver si tengo suerte con el jabón de la lavadora o si ya no tiene remedio y hay que desechar dicha camisa.
La inversión pícara tuvo la gran recompensa de la aceptación y del buen rollo. Algunas chicas venían radiantes tanto por adentro como por afuera. Con ganas de gustarse a sí mismas y de paso a los amigos y simpatizantes.
Una liga de mujer. No vi cómo se la quitó. Solo la vi en su cabeza y cómo me miraba con picardía. Nada de maldad, excitación o moralismo. Solo una prenda de mujer divertida y generosa. Una prenda íntima que solo la mente convierte en polaridades o en equilibrios y mesetas. Es una prenda neutral si así lo deseas ver. Fue mi caso.
Aprendí. En el cajón está guardada como oro en paño. No le doy más importancia que la que tiene. No es un fetiche sexual ni una muñeca de esa que venden en los sex-shopps. No lo veo en esa clave, sino en otra más gratificante todavía.
Es el triunfo de mi actitud, y un trofeo dentro de mi nuevo patrimonio personal. He sido capaz de progresar como persona. La liga está bien, mi gesto de lanzar la camisa fue oportuno, pero no dejan de ser asuntos puntuales. La mujer y el hombre no somos machos ni hembras, sino seres humanos con todos o casi todos los lugares comunes para ser gratos y naturales, alegres y positivos, divertidos y cercanos, festeros, y hasta especiales.
-CON LOS PIES EN EL SUELO-
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