Incluso en las cavernas se oye un sonido especial en donde entre las paredes y las grietas juegan el agua y hasta el abismo quizás esotérico. Porque en los recovecos y en los planos aparentemente más imposibles se halla la grandeza y la personalidad. Con Joe Cocker, toda la libertad. Fantástica voz potente e ineludible.
Esa voz y ese ritmo. Solo puede ser Joe Cocker y nunca ningún aspirante a imitador. No lo hay. Desde Cocker aparece una aventura vital donde se asume el riesgo y el exceso. Desde donde se avanza hasta el volcán del éxito y del estrellato sin apenas proponérselo.
La voz de vida de Joe Cocker parece amar las tormentas vivas y jamás va a eludir el influjo de los demás. Es un latigazo de espíritu y de música, de excesos recreados en donde todo lo que puedes imaginar tiene unas consecuencias y en él unas tremendas grandezas.
Desaliñado, como le dieron las ganas sus arrugas y su posterior veteranía, con su mirada herida y de convicción, con su fuerza de voz al relente de unos wiskies o con su vida bohemia empapada de chicas, placer, sexo, drogas y todo lo que las propuestas vitales van a acechar en el mundo de su tiempo. Cocker ha consumido toda su realidad. Un torrente.
Y nos ha maravillado. Como maravilla y epata saber del placer del ritmo del trueno o del soul. Cuando el rock se torna público y a la vez interior, y cuando un huracán brota como un manantial de espíritu entre un público atrapado entre un bosque de sorpresas y de magia especial. Cuando su heterodoxia es perla.
Cocker no será de concesiones, ni vendrá de familia pija u ocurrentemente esperada. No. Joe Cocker se pelará el culo desde el infierno de su inane anonimato. Hasta que paulatinamente su tsunami de voz romperá todos los candados y las puertas, y penetrará solo donde él va a desear.
Inglés y universal. Joe Cocker canta como alguien que te gana y que te impulsa desde su fuerza de agua. No aguardes melodía graciosa o canto de jilguero. Lo suyo es una montaña colosal de voz y ritmo, de diferente, de no convencional, de distinto, de enorme entre los grandes e imprevistos, o de roca puntiaguda y colosal entre el green y las hierbas en donde las vacas pacen y yantan.
Joe Cocker es un referente impasable. El capitán de la atracción en sus ritmos nada fáciles ni comerciales, y en su fuerza personal e irrepetible de seducción.
Cocker es y fue así. Como le dio la gana y entre murmullos, aplausos y gritos. Entre discos de oro y actuaciones históricas e inolvidables. Entre el boca a oreja y todos los circuitos musicales de la comunicación. Una mañana viva, un enorme charco, un monumento a la voz devastadoramente contundente y vital, un quejido ganador entre los salvajes contratiempos, y un gran dios musical.
Un gamberro y maravilloso señor a respetar y a valorar. Un trueno en una noche más allá del tiempo, una fuerza humana y hercúlea a la vez, un ave fénix renovado y airoso, un contínuum vital que era mejor cuanto más viejo y más él. Alguien ante quien caías admirado y nada leso. Alguien que te hacía saltar y vibrar sin moverte aparentemente de una baldosa hechizada. Alguien real.
Por eso Cocker nunca se ha muerto ni se ha ido. Porque su voz y su ser nunca dio concesiones a la nostalgia o al tiempo de atrás. Porque siempre será Joe Cocker.
¡OH, YES, SIR!
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