jueves, 25 de diciembre de 2014

- MIS NAVIDADES POR LLEGAR -



Es duro, triste, desagradable, y todos esos epítetos que me dé por poner o elegir. Excusas. Lo más importante es la asunción de mi realidad cotidiana. La Navidad es el disfrute de la familia y de los amigos auténticos y verdaderos. Cuando eso todavía no está en mi vida, al llegar estas fechas llega la dura y lógica cosecha.
La gran lección pasa por la construcción de mí mismo y de las personas que en el futuro me rodearán y estarán. Esa es mi gran apuesta. Yo. Yo mismo y mis retos personales y propios. La construcción de la mejora de mí, de ubicarme mejor en mí mismo, y de notar la gratificación de mis progresos paulatinos. Ahí empezará y terminará todo de cara a mi único objetivo que es el porvenir. El futuro mejor y más llevadero para mi persona.
El despertar y el nacer a mi realidad. Este es el faro de mi vida que se enciende y reivindica, y protesta, y se mueve, y recupera cosas inadvertidas y olvidadas, y que lleva la nueva sensación de que mi camino real hace bien poco que comenzó. Hay que seguir caminando entre mis primeros pasos. Lo haré. Todo lo contrario me será lógicamente nocivo e insano.
De mi familia, si quito a mi frágil hermano y a mi senecta madre, apenas pude saber nada. El Libro de Familia es una mera anécdota. Es a veces duro el asumirlo, pero es que es real. La vida y la vicisitud hizo que mis padres no supieran ubicarse adecuadamente ni cultivar la vida familiar entre sus más cercanos consanguíneos. Y los niños se quedaron fuera de la interacción social. Yo, fui con mi hermano uno de esos niños olvidados en una familia inexistente en la cual ni siquiera mis tíos paternos sintieron la curiosidad de conocer a sus sobrinitos que estaban naciendo. Sorprendentemente. Lo que sucede es que no puedes elegir el lugar en donde vas a estar. Es un azar.
En lo que no pienso perderme es en los reproches. Nunca hubo contacto familiar. Crecí casi como un huérfano de todo. Pero eso es el pasado. Un pasado de escalofrío y sin infancia ni juventud, ni una mano que acariciase mi espalda acompañada por un beso comprensivo y reconfortante como un café mañanero en el invierno.
Sí. No puedo celebrar mi Navidad. Pero estoy en éllo. Hace unos meses que he conocido a nuevas personas que solo pueden ser ahora conocidos, y a los que pretendo y anhelo que en un futuro puedan pasar a la categoría de amigos de verdad.
Mas esto es una prolongación y consecuencia en mí. Quiero ser mucho más que un conocido de mí mismo. Quiero ser muy amigo de mí mismo. Quiero ser amiguísimo de mí. Quiero que comience bien pronto a brotar el calor del afecto como el chorrito de un nuevo manantial que paren las montañas que dan la vida. Es mi necesidad, mi descubrimiento y mi porfía. Es el deseo de estar mucho mejor en el mundo. Loable deseo. Sano.
No detesto mi pasado porque lo voy comprendiendo. Tenía su lógica aquella especie de muerte en vida, aquella ausencia de estímulos y de ilusiones auténticas. Todo tiene y tenía un porqué. Y ahora afortunadamente he podido salir de aquel terrible marasmo y me atrevo a jugar acertadamente con las pequeñas y grandes cosas que la vida me propone desde mi nueva mirada.
Seguro que el año que viene será una Navidad diferente. Porque ya habrán enraizado esas plantas de afecto que cuido con esmero. Porque seré más grande y consciente, y consecuente, y adecuado, y llevaré algunos kilómetros de experiencia en el zurrón, y tomaré decisiones más claras y contundentes, y sobre todo me habré dejado el alma en ello hasta el último segundo en ese verbo fértil que se llama aprender a vivir.
-O LAS DOS COSAS JUNTAS-

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