A mis nuevas amigas y amigos. Sí. Les observo cómo actúan y cómo expresan su estar y su posición en el grupo social. Algunos están heridos de amor por experiencias anteriores, y cuentan su verdad agarrados a su escepticismo.
Ahí estoy yo. Escuchando. Escuchándoles. Enriqueciéndome con sus caminos de ida y de vuelta. Han vivido y han tenido toda la suerte y la libertad lógica de hacerlo. Mis nuevos amigos me ayudan mucho casi sin proponérselo. Aprendo viéndoles, apreciando toda la humanidad que rezuman sus personales discursos, y trato de evitar hacer el contrariado mohín de mi envidia. Si yo también hubiese vivido ...
Se han enamorado, han roto, se han rehecho, han quedado marcados, son graciosos entre sí y hacia mí, tratan de mostrarse sólidos y universales, y tienen todo el derecho del mundo a estar ahí y a ser tan diversos y hasta divertidos.
Es hasta hermoso el ver cómo tratan de alejarse del dolor y abrirse a las nuevas expectativas del ocio del placer. Es muy hermoso porque se toman su tiempo social para comunicar y aceptar. Heridos y menos heridos, infelices o inteligentes, seductores o descreídos, todas y todos me hacen soñar con una cosa que se llama vivir. Vivir cada día.
Parece que algunos a esta mi edad ya arriesgan menos, se vuelven cautelosos y celosos de su intimidad, y al lado de unas cervezas y unas patatas bravas tienen clara la idea del ocio de su destino. Han de seguir ahí.
Y lo que siguen teniendo claro es la necesidad de juntarse con cualquier excusa porque son y somos sociales. Amigos. La amistad. El compartir. El estar ahí juntos y con ganas de seguir juntos. Parece una magia que se acepta con calor y cariño. Es algo que todo lo envuelve y lo llena. Es mucho más importante que lo que cuenten o dejen de contar. El deseo de reencontrarse como si fuera una libertaria navidad de entre quienes no somos familia.
Tenemos ganas de agradarnos, de respetarnos, de ir aceptándonos, de conocernos mejor, del colorido de las citas, y de darle consistencia a las raíces afectivas que van creciendo y proponiéndose.
C ´est la vie. Es la vida. Lo que cuentan me extraña y nada o poco tiene que ver con mi vida huérfana y carente que fue. Y aún estoy de ida, y ell@s andan ya de vuelta de muchas cosas. Mas no importa. En ambas direcciones, los vehículos humanos respetan las posiciones y hay una línea roja de ética que nunca será traspasada.
Yo, les sigo. Me admira y me asusta lo que les veo y les escucho, pero sé que todo forma parte de mi proceso de acercamiento a sus personas y realidades. Me halaga que yo les guste, y les agrada mi presencia.
Yo construyo ante ellas y ellos mis nuevas y fortalecidas reglas del juego. A veces no se puede hablar de todo lo que a uno le da la gana, pero el grupo también es guardar silencio y aguantar al plasta. Como lo es el aprender y admirarse de sus hablares convencidos y adultos. Esto es una escuela de la calle y de la vida. Igual o más que lo que puedes aprehender en una universidad o en un lugar cultural.
Mi asignatura pendiente. La asignatura de las cosas de la calle, de la interacción, de acostumbrarme a la aceptación de la libertad de los otros y de sus cosas. Aprender a estar ahí, a no ceder, a sacar lo mejor y más auténtico de mí, a otra vida más cordial y positiva, a sacar conclusiones sin dramas excesivos, y a relativizar con más astucia e inteligencia las situaciones que se me van presentando.
Es todo una complejidad que también acoge sencillez y belleza. Crezco al lado de mis nuevas amigas y amigos. Y cada vez me parezco más a esa otra persona en la que voy a convertirme y a la que tengo derecho.
-SÉ QUE ES DE VERAS-
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