viernes, 7 de noviembre de 2014

- MI RELOJ -



En mi fascinante experiencia vital, asisto paulatinamente a procesos nuevos y personales, a aventuras necesarias y hasta experimentales. Toda mi tierna bisoñez se ve musculada por mi decisión, y preocupada por las lógicas dudas. Ahora es necesario que hayan muchas dudas desde mi claroscuro camino del alba.
Me ha dado por despertarme por las mañanas sin ningún apoyo. Sin el despertador. Porque no deseo sobresaltos mañaneros. Quiero despertarme acertadamente y sin estridencias. Quiero, como siempre, que sean la luz y los ruídos exteriores quienes hagan de guardianes y jueces de mi vigilia nocturna.
No sé si lo estoy haciendo bien. Porque aunque jamás en la vida tuve necesidad del despertador, ahora es otro tiempo. En mi casa no hay nadie, a los vecinos apenas se les oye, no te puedes confiar, y en mi cabeza pivota la idea de que nunca debo faltar a la hora convenida y matinal para con los cuidados de mi madre senecta y santa.
Agotado sin duda, más mental que físicamente, a veces me siento desbordado y sé que voy a dormirme. En previsión de esa circunstancia, decido retener y suspender mi vigilia, me pongo los auriculares del transistor, y aguardo a que pase el tiempo.
Quiero ser yo siempre mi reloj, y mis saetas mi tiempo de responsabilidad de obligación. No quiero que nadie me sobresalte. No deseo que nadie me diga que he de levantarme y que ya es la hora. Quizás estoy exagerando y acelerando mi vanidad, pero creo que voy a ser capaz de no precisar de ayudas para lograr mi loable deseo. Que, como siempre, sea mi reloj biológico quien me marque mis pausas y mis ritmos de la vida. En eso estoy. En organizar mi vida, y mis descansos, y mis cuidados, y todo lo demás, sin que otros u otro elemento me faciliten las situaciones. Quiero una autodisciplina. Quiero construirme mi propio reloj del tiempo. Quiero que en mi disco duro haya un automatismo de permanente autoestima sellado a mi superación.
Mi tiempo de ocio es escaso. Y la labor de cuidar a mi madre conforme está, es una tarea casi de soldados. Consume muchísima energía el estar ahí y a todas. He de multiplicarme y priorizar. Estoy aprendiendo a economizar mi vitalidad porque no deseo extenuarme. Si me caigo, mi madre estaría en una situación de enorme penosidad no sé si definitiva. No hay opciones.
Es tiempo de reloj y de tomar decisiones. Mi agotamiento se seda con mis nuevos retos y con mis nuevas amistades. Quedarse en casa en mi circunstancia es un error y a veces no tengo más remedio que hacerlo y se hace la estancia dura y complicada. Pero siempre hay un final en el sufrimiento y se abre la puerta de mi curtirme y de mi lógica natural. Nada pasa.
Ponerme el despertador forma parte de un hábito adquirido que hoy por hoy no precisaba. Parece que no era necesario. Pero me quedo ahora con la metáfora de la frase: "ponerme el despertador". Acostumbrarme a que ya tengo cincuenta y cuatro años y que ya no como marathones ni hubo senderos fondistas y escarpados.
Tal y como tengo las rodillas y las emociones de mi vida, me debato entre la duda y el temor. Y al final sale toda mi fuerza y mi alegría genética y doy el paso y me decido. Pongo solución a las dificultades y el aire aplaude mi victoria y mi osadía.
Construír mi futuro, apuntalar mi presente, no defraudar a quienes confían en mí, seguir caminando decidido, y todas esas cosas sanas. Esos son mis minutos ahora, y mis segundos, y mis horas y mis años.
-Y MI VIDA ACTUAL-

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